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La ciudad de Antioquia era un centro desde el que se difundía el mensaje de Jesús. Pablo estuvo un tiempo vinculado a este proyecto apostólico, pero el desacuerdo con los enviados de Jerusalén (Gal 4,11-14) hizo que abandonara Antioquia y comenzara su propia misión autónoma. Es aquí donde comienzan sus famosos viajes. En otoño del 40 funda la comunidad cristiana de Filipos, de allí debe huir (1Tes 2,2) y pasando por Anfípolis y Apolonia va a parar a Tesalónica. Nuevamente las hostilidades interrumpen la misión, Pablo debe marchar y se establece en Corinto, desde allí escribe la carta a Tesalonicenses, pocos meses después de haber fundado esta comunidad. De esta carta en leemos un fragmento en la segunda lectura de este domingo (1Tes 1,5c-10).

La carta a los Tesalonicenses, como también Filipenses, está marcada por la situación de hostilidad que vivían las primeras comunidades cristianas. El afán del apóstol es mantener la esperanza mesiánica en medio del reto que representaba vivir en un ambiente adverso a la fe cristiana, habiendo, constantemente, de enfrentarse a problemas y dificultades.

La noticia que da Pablo sobre el impacto que el testimonio de los tesalonicenses ha operado en las regiones de Macedonia y Acaya nos aporta una valiosa información sobre la forma en que el equipo apostólico de Pablo organizaba su trabajo misionero. Lo más frecuente era que una ciudad importante actuara como campo base desde el que salían pequeñas misiones hacia el territorio de alrededor. Esto era posible gracias a la movilidad que ofrecían las comunicaciones existentes en el imperio romano. Las comunidades estaban, pues, bien comunicadas, prueba de ello es la correspondencia que gracias al equipo de Pablo nos ha llegado. La palabra difundida y extendida, gracias a tesalonicenses, es la palabra por ellos acogida (v.6). En el versículo 8 se dice que es la palabra del Señor, un equivalente al evangelio que el equipo de Pablo ha anunciado a la comunidad. No es sólo un contenido dogmático, un enunciado de fe, sino que la palabra / evangelio conlleva la adhesión a un estilo de vida propio de los nuevos tiempos mesiánicos. Esto es lo que ha hecho impacto.

Los tesalonicenses no son cristianos provenientes del judaísmo; tal como dice el texto, son cristianos convertidos que han abandonado los ídolos. A la dificultad que representa esta firme decisión, hay que añadir que, además del paso dado, se mantienen en permanente contacto con los paganos y idólatras. Estas son las dificultades que vive la comunidad.

Esta primera carta está marcada por la esperanza de la liberación que debía llevar la instauración del reino mesiánico esplendoroso. La carta se escribe en la primera época de la misión paulina, momento en que las comunidades nacientes vivían en la tensa espera de la llegada del reino mesiánico que se inauguraría con la manifestación de Jesús como soberano de este reino; por eso la leemos a finales del año litúrgico, cuando las lecturas ponen la mirada en el regreso de Jesús. Antiguamente las llegadas de grandes personajes en las poblaciones iban precedidas de los heraldos que anunciaban y preparaban el evento. La venida solemne de Jesús para instaurar el reino mesiánico también está precedida por los heraldos, estos son el equipo apostólico de Pablo pregoneros del Evangelio. El evento inaugural de esta época mesiánica lo marca la resurrección de Jesús dado que ésta representa su entronización como soberano mesiánico en el ámbito celestial. La instauración del reino mesiánico no debe entenderse como una utopía fantasiosa. Equivale al que más adelante para los sinópticos será el Reino de Dios que tiene un componente liberador y conlleva el proyecto y compromiso de construir una nueva sociedad justa, solidaria y feliz.

Domingo 30 durante el año. 29 de Octubre de 2017

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