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Muchos han sido los golpes recibidos por la Iglesia en los últimos meses y semanas a causa de los curas y religiosos acusados de pederastia. La verdad es que todo parece una pesadilla en la que la tristeza, la repugnancia, la impotencia y la rabia van ganando espacio en el corazón de los creyentes.

¡Cuánto nos duele la Iglesia! Y no vale eso de que también hay pederastas fuera de sus filas, -¡también nos duelen, y mucho!- Pero, qué duda cabe que el daño y el dolor es mucho mayor cuando los responsables son aquellos en quiénes se depositó una confianza y estaban puestos para servir; cuándo éstos indeseables debían servir al Evangelio y ser trasmisores de la Vida y lo que han hecho ha sido traicionar la confianza, profanar el Evangelio y vida inocentes, y herir de muerte la dignidad de tantos hombres y mujeres, niños y niñas, a los que literalmente han hundido en la miseria y en la angustia.
Seguro que por mucho dolor que suframos los cristianos ante estos hechos, incluido el mismo Papa, nuestro sufrimiento, no es mayor que el de las víctimas, que el de aquellos y aquellas a los que les han arruinado la vida, les han estropeado la niñez y les han hipotecado la felicidad, primero robándoles la infancia y mancillándoles la inocencia y en la casi todos los casos limitándoles la posibilidad de ser felices sin traumas.
Mucha tinta ha corrido y correrá sobre este tema, y la solución no creo que sea ni la ventilar sin pudor la realidad de los hechos, ni la de ocultarlos impunemente, cerrando los ojos y negando la realidad que nos abofetea sin piedad.
La realidad es la que es, y es hora de asumir responsabilidades y de pedir justicia para los culpables, reparación, -en lo que se pueda- y reclutamiento penitenciario y tratamiento psiquiátrico para los corruptos e irresponsables religiosos o sacerdotes.
Sin duda esto es tan fuerte, que ha de llevarnos como Iglesia a tener una buena dosis de esa virtud que Santa Teresa relacionaba directamente con la verdad y que es la humildad. Sí, la HUMILDAD.
Y es que, ¡no podemos ir por la vida de moralistas y perfectos… La verdad y la hermosura del Evangelio se propone con la vida y nunca con la fuerza de la ley, con el apoyo del poder o con la traición o el ocultamiento de la verdad.
Confieso que echo en falta una declaración conjunta de nuestros pastores en este tema. Lo han hecho de forma colegiada casi todos los obispos del mundo, y los nuestros lo van haciendo de forma tímida y a título personal.
Creo que la lucha a favor de los no-nacidos que se llevó a cabo desde la Conferencia Episcopal, debería ser –por coherencia- proporcional con la defensa de aquellos a los que habiendo nacido los han mutilado nuestros mismos hermanos en la fe, abusando de ellos y negándoles el derecho a vivir con dignidad. Sí a la vida siempre, ¡CON DIGNIDAD!
Justicia en esta difícil hora que nos toca vivir, y mucha, mucha humildad en la comunidad de los amigos de Jesús… Humildad, esa extraña virtud que tanto escasea entre los cristianos y que hunde sus raíces en la verdad y sólo en ella

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