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El Bueno de Juan XXIII, abrió las ventanas de la Iglesia para que entrara el aire. Había llegado la primavera y era necesario ventilar la casa. Y para eso qué mejor que abrir –y no cerrar- puertas y ventanas para que corriera el viento, para que entrara el Espíritu que todo lo renueva y que permite respirar a pleno pulmón en un ambiente saludable.

Tal vez el Papa Bueno al ser elegido en el cónclave, en el que sopló con fuerza el Espíritu –porque Jesús lo había prometido- se sintió asfixiado, por el ambiente cargado que hacía irrespirable el aire en la Iglesia; tal vez se sintió agobiado por la fortaleza en la que se había convertido el cenáculo del primer Pentecostés, y por eso, como Buen campesino, sintió nostalgias del aire puro de las montañas, de aquel que sopla libremente y que permite oír sin interferencias la voz del Dios de la vida que habla a los corazones.

Y se lanzó a la aventura de abrir las puertas y de llamar a sus hermanos en la fe de los cuatro continentes para que hicieran con él lo mismo. El Papa quería compartir con todos los latidos de la humanidad, auscultar las esperanzas y tristezas de todos los hombres amados por Dios, y escuchar qué decía el Espíritu a cada una de las Iglesias del Orbe de la tierra.

Y vinieron de todos los puntos cardinales, y sopló un viento impetuoso que derribó fortalezas y muros, que avivó el fuego y la pasión del Reino, y que permitió que todos se sintieran urgidos a ir juntos a “Galilea” a anunciar que ¡era verdad!... Y hablando la lengua universal del amor, todos les comprendieron.

Y aconteció un nuevo Pentecostés. Jesús había prometido que no nos dejaría solo, y el Papa Juan lo sabía, y por eso “provocó” la evidencia de la promesa. Y aquel “anciano de transición” junto a sus hermanos en la fe, vieron cómo el Espíritu campeaba nuevamente en la Iglesia a sus anchas…. Y todos regresaron con fuego en el corazón, dispuestos a incendiar el mundo: ¿No era ese el anhelo de Jesús?

Y la Palabra que había puesto domicilio en la humanidad, ensanchó el espacio de la tienda y fecundó corazones y vivificó comunidades e hizo renacer la esperanza…

Hoy, un Papa sabio, de mirada penetrante y de fidelidad probada, no resiste que en la Iglesia el aire esté nuevamente contaminado, y fiel al Espíritu que le puso en la sede de Pedro, quiso decir al mundo que el amor se construye en la Verdad, y que no es compatible con la mentira, con el abuso de poder ni con la mediocridad… Y abrió las puertas y las ventanas para acabar con la impunidad que había hecho irrespirable el ambiente de la casa de todos los fieles.

Hoy, al celebrar, un nuevo Pentecostés, pedimos al Dios de la vida, que al anciano Benedicto le dé fortaleza para seguir adelante en la tarea de transparencia que ha emprendido, audacia para no temer a los que matan el cuerpo, porque bien sabe él que no pueden matar el Espíritu, y sobre todo que haga que en la Iglesia todos seamos hermanos, servidores los unos de los otros.

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