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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
El papa Francisco, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, utiliza en siete ocasiones la expresión: «No nos dejemos robar…» ¿Qué? El entusiasmo misionero, la alegría evangelizadora, la esperanza, la comunidad, el evangelio, el amor fraterno, la fuerza misionera. En este mismo esquema, me viene a la mente que tampoco nos hemos de dejar robar la Navidad. Juan Pablo I, cuando era patriarca de Venecia, escribió una carta a Pinocho tituladaCuando te enamores. En ella se puede leer: «Tendrás que defenderte: hoy, de la fe sólo se conserva aquello que se defiende.» En el fondo, todos vivimos en una terminal de aeropuerto. De vez en cuando, oímos por los altavoces: «Estén atentos a sus pertenencias.» De eso se trata, de guardar aquello que consideramos valioso.
Si no estamos atentos nos robarán la Navidad y ni siquiera lo advertiremos. Existen diversos modos de sustraérnosla, algunos de los cuales sutiles y elaborados. Primero, mantener la alegría desplazándola de la fuente que la origina, que está en la presencia de Jesús en nuestra historia personal y colectiva. Para los ladrones navideños, se trata de sustituir a Jesús por la fiesta consumista, por los imperativos económicos, por un deseo etéreo de felicidad aparente. Los emporios comerciales se apuntan a la tarea. Los pastores reciben un mensaje preciso: «Os anuncio una buena noticia que llevará a todo el pueblo una gran alegría.» En la vida cristiana, no se niega la fiesta. Se la sitúa en su lugar. Momentos intensos de plegaria, de celebración y de compartir, especialmente con los más pobres y necesitados. Gasto, pero no despilfarro. Interioridad, sin dejar de tener los ojos abiertos. Las rupturas familiares, en algunos casos, convierten en conflictiva cualquier celebración que se quiera hacer. Se notan las ausencias, las sillas vacías, los silencios… La familia está en el escaparate, pero su consistencia se consigue trabajándola día a día. Segundo, la sustitución de la Navidad por la geometría. Hay quienes desean eliminar todo vestigio de espiritualidad en la sociedad moderna, porque consideran que la fe es sólo una cuestión privada. Algunas reacciones de este tipo hubo cuando el Papa habló al Parlamento europeo en Estrasburgo. Basta pasearse por las calles de Barcelona, mucho más iluminadas que años pasados, para darse cuenta que casi todo se reduce a figuras geométricas y a la ausencia casi sistemática de la palabra Navidad. No se elimina la fiesta —las protestas serían monumentales—, pero se la desposee de su sentido. Las religiones tienen derecho democrático a hacerse visibles en los ámbitos sociales. Se quiere minimizar su importancia, pero tienen su lugar en la sociedad, el que les corresponde, ni más ni menos.
Jesús nació en la periferia, por ello incomoda tanto a los centros de poder. Seguirlo no significa conquistar el poder de estos centros, sino iluminar la propia vida y la de aquellos que escuchan la Palabra con las propuestas de Jesús de Nazaret, para realizarlas con alegría.

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