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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Jesús pronuncia la llamada parábola del buen samaritano en un contexto de sutil confrontación (Lc 10,25-37). Un maestro de la Ley le formula una pregunta para ponerlo a prueba: «¿Qué he de hacer para poseer la vida eterna?» En la Ley, de la que él es maestro, está la respuesta: «Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y con todo el pensamiento, y ama a los otros como a ti mismo.» El maestro de la Ley insiste en el terreno inquisitorial: «¿Y quiénes son los otros a los que he de amar?»
Para ilustrar la respuesta, Jesús no desarrolla grandes teorías, sino que se ciñe a una parábola tan sencilla como apasionante. En ella, existen diversos personajes: la víctima de la paliza y del robo, los bandoleros que lo dejan medio muerto, un sacerdote, un levita, un samaritano y unposadero. La víctima simboliza el prójimo. Los bandoleros representan las instancias del mal y del poder que dañan a la persona. El sacerdote y el levita, que ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo, muestran la incoherencia de servir a Dios y al templo, olvidándose de los hombres. El samaritano también ve a la víctima, pero actúa de manera diferente con ella. La conciencia del dolor ajeno le mueve a compasión y misericordia, que le impulsan a actuar: acercarse al hombre medio muerto, curarle las heridas con aceite y vino, subirle en su cabalgadura, llevarle a la posada y cuidarle. Al día siguiente, le encarga al posadero que atienda al enfermo y le dice que, a su regreso, le abonará los gastos de más.
¿Quién se comportó como prójimo de la víctima de los bandoleros? El maestro de la Ley esquivó pronunciar la palabra samaritano, ya que los samaritanos eran despreciados por los judíos, y definió con exactitud su comportamiento: «El que lo trató con amor.» Un amor desinteresado, gratuito, misericordioso, atento… que es la garantía de la vida eterna.
El posadero, como personaje, suele pasar inadvertido. Ciertamente, recibe una compensación económica por su servicio, pero no cierra su puerta a ninguno de los dos. Compromete su tiempo en la cura y en los cuidados de la víctima. Arriesga sus bienes, caso de que sus gastos excedan al dinero recibido. Confía en el regreso del samaritano, que nadie le asegura que vaya a producirse. Proporciona atención amorosa a la persona necesitada.
El compromiso del samaritano no basta para resolver de manera completa el problema de la víctima. El posadero contribuye a su total restablecimiento. Los dos arriesgan porque el amor requiere confianza, dan un salto al vacío, no lo tienen todo controlado. Ninguno de los dos pregunta por la identidad de la víctima. El amor sin distinciones introduce en la esencia de la misericordia y apunta a la vida eterna. El amor no se reduce a ver el sufrimiento de los demás, sino que trata de acercarse a ellos y curarles las heridas. No hay ninguna razón —ni humana ni divina— para desentenderse del prójimo, en este caso, de la víctima.
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