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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Pablo, en este fragmento de su carta a los cristianos de Roma (7,18-25), habla de su propia experiencia. Resulta profundamente revelador. Abre su corazón y muestra con nitidez las contradicciones internas entre el bien y el mal: «No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero.» La razón radica en que reconoce llevar dentro de sí el pecado. El lenguaje psicológico hablaría del ego, que impide ejercer la libertad de vivir lo que se desea. El pecado se opone a la Ley de Dios. Estas dos realidades están en el corazón humano desde el mismo nacimiento. Son dos leyes que entran en contradicción y que combaten entre sí. La teología ha desarrollado el concepto de pecado original, tan difícil de definir en la teoría, pero tan evidente en la práctica. Pablo no intenta buscar explicaciones, sino evitar quedar atrapado en este callejón sin salida. La experiencia propia, el conocimiento de sí, la inmersión en su propia interioridad le muestran su incapacidad para someter la ley del pecado a la acción de Dios. Muchos predicadores, muchos responsables de las comunidades, evitan descubrir sus propias contradicciones porque creen que harían menos creíble el mensaje del que se sienten portadores. No obstante, la verdad siempre libera. No se trata de encontrar coartadas para justificar los propios errores, sino de reconocer los hechos. Pablo exclama: «¡Pobre de mí!» Cuando una persona llega a la línea fronteriza, cuando las energías se han agotado, cuando ya no queda nada más por hacer, cuando se vive con intensidad el sentimiento de impotencia… sólo entonces se descubre la solución. El esfuerzo es necesario, pero insuficiente. No es cuestión de puños o de voluntarismo, sino de humildad, de lucidez, de apertura a la gracia, de continuar amando el bien pese a las dificultades de realizarlo. Pablo afirma que la liberación llega por Jesucristo. Mucha gente busca el crecimiento personal, que es indispensable, pero Pablo cree en la salvación. Esta propuesta no evita el combate interior ni anula las contradicciones internas. La fe no sitúa a la persona en una zona de comodidad y de relajación, sino que abre un horizonte de confianza.
El ego es poderoso. También, sutil. Intenta pasar inadvertido para uno mismo. Así actúa a sus anchas. Su primer enemigo es la conciencia, porque quedan al descubierto sus artimañas. Cuando eso ocurre, intenta convencer sobre la imposibilidad de superar su fuerza. Combatirlo con sus mismas armas aboca al fracaso. David, cuando quiso vestir la armadura, no podía vencer a Goliat. Sólo con sus propios recursos y con la gracia de Dios el combate tuvo éxito. Con el Espíritu, la libertad es posible y las contradicciones internas, sin desaparecer, se elevan a un punto superior desde el cual el amor impera sobre el pecado. Entonces, sólo entonces, resuena en el interior del corazón la expresión divina: «Mi gracia te basta.»
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