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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Los textos bíblicos, a menudo, son poliédricos. Admiten diversos niveles de profundidad y permiten ópticas diferentes y hermenéuticas diversas. La narración de Lucas correspondiente a la visita de Maria a Isabel (1,39-56), que incluye el canto del Magnificat, ha solido interpretarse en la mayoría de los autores como un acto de servicio y disponibilidad hacia su prima, que afrontaba la maternidad en edad avanzada. Sin negar esta interpretación, nos podemos aproximar al texto de otro modo, que encuentro más sugestivo.

María e Isabel presentan dos historias paralelas que, en un momento crucial, confluyen. Isabel es la esposa de Zacarías, un sacerdote que cumplía una función importante en el templo. Ambos eran de edad avanzada y no tenían hijos, porque Isabel era estéril. Situación que vivía con vergüenza. Cuando Zacarías le tocó por sorteo entrar en el santuario para ofrecer incienso, se le apareció un ángel que le anunció que tendría un hijo con Isabel. Ella, tras quedar embarazada, se encerró en casa durante cinco meses. María, por otra parte, era joven, soltera, y estaba comprometida con José. La aparición del ángel le trastoca sus proyectos. Su maternidad será excepcional. Mantiene una actitud receptiva y dialogante, preguntando cómo se producirá el anuncio que le comunica el ángel. Sin tener todas las cartas en la mano, expresa su adhesión plena a la voluntad de Dios. El ángel le informa de la situación de su prima Isabel que se encuentra en el sexto mes. Inmediatamente, sale de prisa a la zona montañosa para encontrarse con Isabel.

Isabel, presumiblemente por la función de su esposo, gozaba de un nivel económico que podía permitirse tener servicio doméstico. ¿Con quién María podía comentar su nueva situación? ¿Con José? No parecía aconsejable. Si Dios le había creado un problema, Dios mismo se encargaría de resolverlo, tal como sucedió cuando el ángel se le apareció en sueños. ¿Con Isabel? Seguramente sí. Las dos habían sido objeto de la acción de Dios y les sería más fácil compartir. Las dos estaban embarazadas. Conversar de mujer a mujer. De madre a madre. En el útero materno de María, Jesús. En el útero materno de Isabel, Juan, que salta de gozo al experimentar la presencia cercana de Jesús. El primer sentimiento que Jesús despierta es la alegría. Las dos comparten su vida, su espiritualidad, sus emociones. Las dos viven en soledad sus circunstancias excepcionales. Cuando Isabel da a luz, María regresa a su casa. Las dos han tenido tiempo de discernir, de acompañarse espiritualmente, de dar gracias a Dios. Cada una tendrá que afrontar su propia vocación en circunstancias muy distintas. No era el trabajo su prioridad, sino poder ser confidentes la una de la otra y así, de este modo, vivir su misión a fondo. Años más tarde, Juan y Jesús también volverán a encontrarse. Sucederá en las orillas del río Jordán, donde Juan bautizaba.

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