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Domingo XIV del tiempo ordinario. Ciclo C.
Barcelona, ​​3 de julio de 2016.

Tras XX siglos de cristianismo es difícil escuchar con honradez las instrucciones de Jesús a los suyos sin enrojecer de vergüenza.
No se trata de vivilasr al pie de la letra. Se trata, simplemente, de no actuar contra el espíritu que engloban.

Nos detendremos en dos consignas.

Jesús envía a sus discípulos por los pueblos de Galilea como corderos en medio de lobos.
¿Quién cree que esta debe ser hoy nuestra identidad en una sociedad repleta de todo tipo de conflictos y enfrentamientos?
Entre nosotros no necesitamos más lobos, sino corderos.
Cada vez que desde la Iglesia se alimenta la agresividad y el resentimiento se hace más difícil el diálogo y estamos actuando contra el espíritu de Jesús.

Lo primero que deben comunicar sus discípulos al entrar en una casa es la Paz: Paz a esta casa.
La Paz es la primera señal del Reino de Dios.

La otra consigna es más desconcertante: No lleven nada para el camino: ni saco, ni alforja, ni sandalias.
Los seguidores de Jesús vivirán como los vagabundos:
no llevarán dinero ni provisiones
–caminarán descalzos
–no llevarán ni un zurrón como lo hacen los filósofos itinerantes.

Todo el mundo podrá ver plasmada en su manera de vestir y de equiparse su pasión por los últimos, los que no tienen nada.

¿Cómo se puede traducir hoy este espíritu de Jesús en una sociedad del bienestar?
Todos tenemos que revisar con humildad
–qué nivel de vida mantenemos y pretendemos
–qué comportamientos nos gobiernan
–qué palabra y qué compromiso asumimos
–qué actitudes nos identifican con los últimos de la sociedad.

¿Cuál es el lugar que Dios ha elegido y ha hecho suyo?
Dios ha elegido el lugar último, el más descalificado y humillante, el más vergonzoso.
El lugar que ninguno de nosotros querría ni habría elegido nunca por él mismo.

A ver:
¿Cómo llega Dios al mundo?
¿Cémo entra en la historia de los hombres?
Como los pobres que no tienen tejado ni cobijo.

¿Y de qué muere?
Como un condenado injustamente sin derecho a nada y menospreciado por todos.

Si este no es el último lugar, ¡ya me diréis cuál será!
Ante esto, ninguna de nuestras estúpidas pretensiones y reclamaciones no se sostiene. Y ninguna de ellas se justifica.
¿Tenemos bien aprendida esta lección?
¿La aplicamos en nuestro vivir diario?

El buen creyente, el cristiano convencido y operativo no busca que lo admiren ni que lo aplaudan.
El buen creyente busca servir al más necesitado de servicio y ayuda. Pero lo hace desde el anonimato y el olvido de sí mismo.
El buen creyente nunca se hace el protagonista, ni el necesario, ni el imprescindible.

¿Por qué no?
Porque sabe de sobra y lo tiene bastante bien aprendido que no lo es:
–ni es el protagonista exclusivo
–ni es el necesario sin el cual nada se aguanta
–ni es imprescindible.

¿Lo tenemos bien aprendido, nosotros, esto?
Estamos llamados a colaborar humildemente. No estamos llamados a lucir ni a hacer el fanfarrón.
¿Lo tenemos bien aprendido eso, nosotros?

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