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Catalunya Religió

(Josep Gordi –CR) Esta semana se han cumplido las peores previsiones y el calor extremo, además de la baja humedad, han provocado que los incendios forestales se extendieran por distintos puntos de la geografía catalana.

El fuego que en ocasiones es renovador, purificador e incluso festivo, tal y como sucede en los solsticios de invierno y verano, puede volverse demasiado a menudo en un elemento devastador, destructor.

Nos golpeó el testimonio –lo escuchamos en un noticiario– de una vecina del Solsonès que en el momento de comprobar que las llamas se acercaban a su masía exclamó que era el infierno. Y sí, los bosques secos, sin gestión forestal y cargados de biomasa, es decir, con un denso sotobosque, pueden generar llamas que despegan por encima de los quince metros.

Los actuales incendios del Solsonès me han hecho recordar lo ocurrido en el verano de 1998, cuando un gran incendio quemó 24.000 hectáreas de la Cataluña Central. Esta enorme perturbación ha cambiado el paisaje forestal del Solsonès, que antes quedaba dominado por el pino laricio. En la actualidad, el árbol más abundante es el roble de hoja pequeña. Las llamas del fuego de 1998 llegaron a los muros del santuario del Miracle. Jordi Castanyer, monje de la pequeña comunidad benedictina del santuario, explicaba que en esas horas sintieron "pánico por la proximidad del fuego ya que lo teníamos por todos lados y era como un monstruo que no podías dominar".

Fijémonos cómo dos testigos bien diferenciados se refieren al incendio como "el infierno", "un monstruo". Esto es así porque puede convertirse en incontrolable y se lo lleva todo de antemano, es decir, árboles, plantas, animales, las posesiones de los campesinos y, en ocasiones, su vida. El fuego lo destruye todo y sin embargo, puede transformarlo todo, incluidos los paisajes de los espacios sagrados, tal y como ocurrió en 1986 en el pavoroso incendio de Montserrat o en el del Solsonès.

Recordemos que lo sagrado no es sólo lo que hay dentro del templo o santuario, sino también el paisaje que lo rodea e, incluso, la red de caminos que conectan todos los espacios sagrados y que permite hablar de una vera geografía sagrada. Recordemos también que, en el área mediterránea, el fuego ha tenido siempre una presencia recurrente, es decir, que los incendios de los ecosistemas mediterráneos forman parte de su dinámica natural.

A lo largo de la historia, los humanos de las áreas mediterráneas han sido verdaderos estimuladores. En primer lugar, para conseguir nuevas tierras cultivables y posteriormente, para favorecer el pastoreo. Los fuegos han sido notablemente graves en los últimos sesenta años en los que se han mezclado diferentes tipos de procesos: el despoblamiento rural, la concentración urbana, el retroceso de los aprovechamientos forestales y ganaderos, el crecimiento de la superficie arbolada, el retroceso de los pastos...

El drama de los incendios que vivimos estos días queda indisolublemente ligado a la crisis ecológica que vive el planeta desde hace décadas. En este sentido, es pertinente recordar las palabras del Santo Padre en la encíclica Laudato Si': "Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre la forma en que estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos."

Así, pues, podemos concluir que el reto que tenemos ante nosotros no es sólo responsabilidad de los gobernantes o de las instituciones mundiales, sino también de todos y cada uno de nosotros.

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