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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Existen muchas recomendaciones para comportarse con sabiduría en los distintos ámbitos de la vida. En el libro del Eclesiástico, el repertorio es amplio y variado. Cuando se asiste a un banquete, se indica a los ancianos que hablen, pero «con discreción y sin estorbar la música» (32.3). Tampoco el volumen de la música debe impedir la conversación o la baja calidad de la melodía dificultar el pensamiento profundo, como ocurre en algunos restaurantes. La palabra debe armonizarse con la música, el logos con el arte. Circular a la par sin generar conflictos, propiciando un diálogo enriquecedor y, a la vez, sin ahogar las melodías. Raphaël Buyse, en su obra Autrement, Dieu escribe: «Donde la vida me lleva, trato de no impedir la música que surge dentro de mí. Es un canto de cascada que se recibe de una fuente silenciosa, la vibración del aire en el frío de una madrugada. Concierto de intuiciones, deseos íntimos y sueños más salvajes. Lo interpreto a lo largo del tiempo, según los acontecimientos, a través de encuentros.»

Cuando llega al Horeb, la montaña de Dios, el profeta Elías es invitado a salir de su cueva para rastrear la presencia divina que pasará de inmediato. Expectante, no lo encuentra ni en el viento fuerte, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en el aire suave, en el susurro. Hay que aguzar el oído para captar este lenguaje casi imperceptible, sin estorbar la música que fluye de las más variadas partituras depositadas en el corazón. El requisito básico es la atención a las mociones interiores. El ruido y el estruendo imposibilitan la escucha atenta del susurro. Solo el silencio puede ser capaz de escuchar las palabras de los ancianos sin estorbar la música. Para captar las melodías, no hacen falta audiófonos, porque la música interior sigue otros parámetros. La sordera física no impedía a Beethoven componer maravillosas sinfonías. Hay que sumergirse en los fondos de uno mismo para rescatar las mejores composiciones que cada persona es capaz de contener. No es cuestión de dinero, ya que se trata de una experiencia que no se puede comprar, sino de gracia, de apertura, de disponibilidad.

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