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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Con la fiesta de Pascua, se cierra la Semana Santa. Una oportunidad para el descanso y el turismo, pero más aun para adentrarse en los misterios de la vida. Las celebraciones de estos días proporcionan una serie de contraseñas, que son claves para entender la existencia humana. Existen, podemos utilizarlas, pero debemos conocerlas. Las narraciones evangélicas sobre los últimos días de Jesús nos permiten interpretar el sentido más profundo de nuestra vida y abrirnos a la espiritualidad e, incluso, al misterio amoroso de Dios.

Jesús lo ve venir. Se masca la tragedia. Las amenazas de muerte van en aumento. Tras decir a Felipe y Andrés que ha llegado su hora, añade: «Si el grano de trigo, cuando cae a la tierra, no muere, permanece él solo, en cambio si muere, produce mucho fruto. Tener apego a la propia vida, es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este es conservarse para una vida definitiva.» (Jn 12,24-25). Jesús, como un buen grano de trigo, afronta la muerte en el viernes santo. Una de las palabras que pronuncia clavado en la cruz es «Todo se ha cumplido». Mientras que sus seguidores creen que «Todo se ha acabado». Deposición de la cruz, traslado y sepultura parecen los últimos capítulos de su vida. Si todo acaba aquí, poco más hay que decir. Las mujeres, a primera hora del domingo, van al sepulcro con óleos aromáticos para dar sus últimas atenciones al cadáver de Jesús. Se encuentran ante lo inesperado. La piedra de la entrada al sepulcro está apartada. Entran y experimentan el vacío. Su perplejidad no obtiene respuesta inmediata. Dos hombres con vestidos resplandecientes les dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí: ha resucitado». En Lázaro, la resurrección es un tiempo añadido, vivir un poco más, pero volverá a morir. En Jesús, todo es distinto. No se trata de una prórroga ni de una vuelta a su trayectoria anterior, sino de una realidad totalmente nueva. No nos invita a volver al pasado, sino a abrirnos al futuro de una vida espiritual llena de entrega, donación y fraternidad. Mirarnos todo el día el ombligo nos destruye.

Las etapas para llegar a una vida espiritual más plena pasan por dejar de alimentar el ego y de todo aquello que nos daña y daña a los demás, por experimentar el vacío como oportunidad de transformación personal, por convertir todas estas renuncias en nuevas semillas que dan fruto, por abrirse a una vida llena de sentido, que nos proporciona alegría y esperanza. El canto de las sirenas atrae, pero destruye. Hemos recibido el don de la vida y solo convirtiéndola en un don para los demás encuentra su plenitud. Como el grano de trigo.

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