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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Del 24 al 27 de agosto del año 410, las hordas visigóticas capitaneadas por Alarico saquearon la ciudad de Roma, exceptuando los lugares de culto cristianos, especialmente la basílica de San Pedro, considerados lugares de asilo inviolables. La derrota del mayor imperio de la historia antigua produjo un trauma sin precedentes. Esta afirmación se pudo escuchar en la lección inaugural del actual curso académico del Ateneu Universitari Sant Pacià, que corrió a cargo del Dr. Joan Torra, pro-rector del Ateneu i decano de la Facultad de Teología, bajo el título: «Reflexiones y cuestiones entorno del concilio de Nicea de 325». La espléndida intervención, calurosamente aplaudida, tocó temas que encuentran un eco especial en los tiempos actuales. El profesor de patrística, en la parte final, se centró sobre la pregunta que siguió al saqueo y la respuesta que elaboró san Agustín.

La tragedia de Roma produjo un alud de refugiados que encontraron asilo en el norte de África. Los ciudadanos de Roma, tanto cristianos como paganos, llevaron clavada en el corazón una pregunta existencial: «¿Por qué ha pasado esto? ¿Por qué la Roma, la Roma inmortal, la que nunca había sufrido ningún saqueo, ahora ha caído? ¿Por qué el Dios cristiano que aún no hace cien años que la tutela -los últimos treinta años de manera oficial y única- no la ha podido proteger?» El obispo de Hipona, Agustín, afrontó la pregunta en su obra inmensa la Ciudad de Dios, obra de 22 volúmenes escrita en 14 años. Según él, «la justicia i la caridad que brotan del amor es lo que constituye la ciudad de Dios.» Sin estas virtudes, todo se desmorona y se cae en el reino de este mundo. Por esto, en la propuesta de Agustín «se produce un retorno a la profundidad del corazón humano, con tal de moverlo a vivir de nuevo en el amor y, en consecuencia, en la justicia y en la caridad». La caridad siempre atempera los rigores de la justicia y la consolida como tal.

Cuando el odio, sazonado de injusticia y de venganza, predomina en la realidad social, política y económica, nos permite observar el huevo de la serpiente. En nuestro país, se está gestando de manera evidente. Hay odio, demasiado odio. Hay injusticia, demasiada injusticia. No hay caridad, sino venganza. Vivimos instalados en la polarización y los extremos se tornan irreconciliables. La descomposición está al caer. El clima bélico crece en amplias zonas geográficas. Si no corregimos esta tendencia a tiempo, nos preguntaremos como los antiguos romanos: «¿Por qué ha pasado esto?» Entonces, será tarde.

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