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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Carl Rogers, gran psicoterapeuta, era hijo de unos granjeros de Illinois. En cierta ocasión, ayudando a sus padres a almacenar la cosecha, se dio lugar a un fascinante descubrimiento. Buenaventura del Charco lo relata así: «las patatas se guardaban en un tosco granero construido directamente sobre la tierra, sin suelo y con un ventanal en el techo por el que entraban la luz y el aire. El joven Rogers contempló cómo, apenas trascurridas unas horas, de las patatas emergían dos raíces, unas se dirigían hacia el suelo, buscando la tierra para obtener el agua y las sales necesarias para nutrirse, y otra hacia al techo, para obtener la luz con la que realizar la fotosíntesis». Esta observación sirvió para poner de manifiesto la capacidad de adaptación que tiene la persona que vive condiciones adversas. Esta interpretación psicológica me parece sugestiva y brillante.

Este relato, este descubrimiento, sin menoscabo de las consecuencias que extrajo Carl Rogers, me permite añadir una reflexión. Las patatas necesitan agua y luz. Las raíces que surgen de sus tubérculos apuntan en dos direcciones: al suelo, como base humana con los nutrientes que la alimentan, y al techo, donde un ventanal se abre al cielo, como espiritualidad, en búsqueda de luz y trascendencia. Cuando vivo situaciones adversas, ¿qué reacciones experimento en mi interior? ¿Qué necesidades profundas pugnan por verse satisfechas? Las personas no nos reducimos a una sola dimensión. Tenemos varias y hay que atenderlas. Sin remilgos. Con sinceridad. La biología tiene sus exigencias. La espiritualidad, también. Buscamos el suelo, el agua, los nutrientes, para satisfacer la seguridad, la alimentación, la supervivencia. Anhelamos también la luz y el aire, porque somos a la vez seres espirituales en búsqueda de sentido, como lo supo detectar Viktor Frankl, cuando estaba interno en un campo de concentración. La ideología no es la respuesta a esta demanda interior, sino la experiencia personal, la apertura al misterio, la capacidad amorosa, la contemplación en silencio, la plegaria… La escucha de los susurros de Dios en el corazón determina más la vida de una persona que la acumulación de títulos universitarios o de éxitos empresariales, porque el amor implica fundamentalmente una relación de verdad y libertad.

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