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Catalunya Religió
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Fotografia: Ignasi Blasco

RAMON BASSAS –CR La cárcel de Lleida será la más cantada de Cataluña gracias a una antigua canción tradicional catalana que lleva este nombre. En su día la recuperaron Josep M. Espinàs, Joan Manuel Serrat o Marina Rossell en varias versiones. Una chica quiere la libertad de su amante de un recinto lleno que “de presos nunca faltan, pequeña, bonita, le lleva el barón, lireta lirón”. Y también tiene capilla. De hecho, tiene dos. “Quizás es el único centro penitenciario de España que tiene dos”, me dice el P. Ignacio Blasco, mercedario, uno de los curas adscritos a la pastoral penitenciaria de Lleida, a quien hemos acudido por esta nueva y última entrega del ciclo “En capilla”, que visita por segunda vez esta ciudad. La orden mercedaria, fundada en el siglo XIII por Pedro Nolasco, ha tenido siempre la misión de atender a los cautivos. Tienen a su cargo la parroquia de la Mercè, en Lleida, otras dos parroquias en Barcelona y el santuario barroco de Sant Ramon, otro mercedario, donde hace pocos días han celebrado la fiesta, en el término del Portell, en la Segarra.

—¿Por qué tiene dos capillas?

—Pues porque una está en el edificio antiguo de la cárcel y la otra en la que hicieron para ampliarla. En la primera van los reclusos de los módulos 7 y 11 y en la otra, el resto. La capilla del edificio nuevo, que es mayor, está en el espacio sociocultural del centro y también hay una pequeña sacristía. Ambas son muy funcionales, con sus bancos y altares. [Hemos pedido poder fotografiarlas, pero a la hora de publicar este artículo todavía no habíamos obtenido permiso].

—Y básicamente servicios para misas, ¿no?

—Sí, en la capilla más antigua las hacemos el sábado, y vienen unas 15 o 20 personas, y en la nueva los domingos, y tienen entre 25 y 30 feligreses.

—¿Atender a los cautivos querrá decir, hoy, asomarse a la pastoral penitenciaria, pues?

—Sí, es la forma principal como hoy atendemos a esta misión, a raíz de lo que dice el evangelio de Mateo 25,36 : “Iba desnudo, y me vestiste; estaba enfermo, y me visitaron; estaba en prisión, y vinisteis a verme”. Nos dedicamos, pues, a la redención de los cautivos.

—¿Y cómo lo hizo?

—No lo hacemos solos, en primer lugar, la atención en la capilla la llevamos dos curas mercedarios y un voluntario. Y el conjunto de la pastoral penitenciaria de Lleida recoge a unos veinte voluntarios. La cuestión es atender tanto dentro como fuera. Dentro, pasamos a visitarlos tanto para la atención espiritual que sea necesaria (confesiones, charlas, atención a demanda) como por otras gestiones más prácticas, sobre todo, en coordinación con la familia del preso. Fuera, buscando su incorporación efectiva a la sociedad. Ya tenemos dos pisos para facilitar la transición, uno para varones y otro para mujeres, y un punto de orientación para presos, familias y colectivos vulnerables. Y también nos ocupamos de la formación y el empleo. En definitiva, nos dedicamos a acercar la cárcel a la calle, a la sociedad.

—Sinceramente, lo lejos que nos queda todo este mundo

—Sí, vivimos un poco de espaldas a esta realidad. Y a menudo no pensamos que es muy fácil ir a prisión, cualquiera de nosotros puede ir a parar.

—Tocamos madera

—Sí, no se lo deseo a nadie. Además, en prisión se acumulan un número muy alto de las problemáticas que la sociedad tiene más “disueltas”. Es como si fuera un catálogo de los problemas que la sociedad no ha resuelto, esto hace que necesite aún más atención.

En fin, quizás el único consuelo de ir a la cárcel de Lleida sea saber que alguien piensa en nosotros más allá de las rejas, dispuesto a lo que sea necesario. Para que los presos no acaben colgados , como en la canción.

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