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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

El título cautivó mi atención. Vi la publicidad en el metro: «Volar es humano, aterrizar es divino». Se trata de una representación teatral de Enrique Piñeyro, un genovés nacionalizado argentino. Un personaje polifacético que, además, es comandante de avión. Volar y aterrizar reflejan dos actitudes de gran calado existencial. Toda empresa necesita estas dos operaciones. Gente que sea capaz de levantar el vuelo, de tener ideas de creatividad, de rasgar las nubes para abrir nuevos horizontes, de hacer propuestas de innovación, de correr riesgos… Por otra parte, se necesita también gente que sea capaz de aterrizar, de poner los pies en el suelo, de reconducir sueños y de convertirlos en realidad, de concretar ideas, de llegar al objetivo… Integrar estas dos dimensiones no es fácil. A menudo, resulta incómodo. El idealista piensa que el realista es frustrante, que corta las alas, que difumina el encanto, que no sabe enamorarse de un proyecto. El realista cree que el idealista es un soñador, un ignorante de las consecuencias de sus actos, una persona happy flowers que se mueve entre la ingenuidad y la falta de conciencia. ¿Por qué aterrizar se considera más importante y, por ende, se considera divino? Tiene su lógica. Solamente puede aterrizar quien antes ha despegado y se ha puesto a volar. Sin vuelo, no hay aterrizaje, pero sin aterrizaje el vuelo genera frustración.

Conviene que cada persona integre estas dos dimensiones en su vida. Hay que ser consciente de cuál es la tendencia predominante y cómo hay que buscar su equilibrio. Katherine Mansfield, escritora neozelandesa, redactó en su Diario (8 diciembre 1916): «Hoy por la mañana he pensado mucho, pero no ha servido de nada. No entiendo por qué, pero la inteligencia casi me abandona cuando intenté poner los pies en el suelo. Estoy muy bien, allá arriba, en el cielo. Y mentalmente, dentro de mi cabeza, puedo pensar, hacer y escribir maravillas – maravillas; pero cuando traté de hacerlas bajar, fracaso miserablemente». Mansfield refleja aquí magistralmente el drama de todo artista que tiene que plasmar la belleza en el lienzo, en la partitura, en el papel, en el bloque de mármol… Es decir, volcar lo infinito en lo finito. Volar y aterrizar. Mafalda estaba encantada de columpiarse, pero su alegría acababa cuando ponía los pies en el suelo. El papa Francisco ha escrito que la realidad es superior al ideal. Decir que volar es humano y aterrizar es divino parece contracultural, pero se trata de una verdad de fondo, que desenmascara prejuicios y autoengaños. Los sueños mejores son los que se convierten en realidad.

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