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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Betania, aldea que actualmente recibe el nombre al Azariyeh [sitio de Lázaro], se encuentra en las inmediaciones de Jerusalén. Allí, según relatan los textos evangélicos, residían tres hermanos: Lázaro, Marta y María, a los que Jesús amaba. En diversas ocasiones es acogido en su casa. En una de ellas, Jesús, tras comenzar a llorar, resucitará a Lázaro. Marta y María, con talantes distintos, pero siempre entrañables y acogedoras, mantienen una relación estrecha con Jesús.

Élisabeth Catez (1880-1906), de nacionalidad francesa. se convirtió desde muy joven en virtuosa del piano obteniendo varios premios. Junto con su hermana Marguerite, tres años menor que ella, llevó una vida llena de dinamismo: deportes, idiomas, viajes, fiestas, actividades asistenciales, catequesis, coro. Desde temprana edad, quiso entrar en el Carmelo de Dijon para convertirse en monja carmelita descalza. Su madre se lo prohibió hasta que cumplió veintiún años, su mayoría de edad. Dos años antes, pudo restablecer su relación con las monjas con la autorización materna. Su espiritualidad y su dimensión mística, reflejadas en sus escritos, alcanzan niveles extraordinarios. En sus Notas íntimas, en concreto la nota 5, dirigida a Jesús, escribe: «¡Cómo me gustaría, Maestro, vivir contigo en el silencio! […] Te ofrezco la celda de mi corazón, para que sea tu pequeña Betania. Ven a descansar allí, te quiero tanto». Después, ya como monja con el nombre de Isabel de la Trinidad, ahonda en este pensamiento: «Hagamos para él un lugar solitario en lo más íntimo de nuestras almas, y estémonos allí con él, sin abandonarlo nunca […] Esta celda interior nadie podrá quitárnosla nunca; por eso, ¿qué me importan las pruebas por las que tengamos que pasar? A mi único tesoro lo llevo dentro de mí. Todo lo demás no es nada» (Carta 160). Meditación, mindfulness, vacío, silencio… ayudan, pero a sor Isabel de la Trinidad no le bastarían. Falta la alteridad, es decir, el Otro, como presencia amorosa. En la carta 123 lo señala: «Si él no llenase nuestras celdas y nuestros claustros, ¡qué vacíos estarían!» Muere a la edad de 26 años a causa de la enfermedad de Addison. Pronto hará siete años de su canonización por el papa Francisco. Su propuesta sigue en pie: «Construir una pequeña celda dentro de tu alma. Piensa que Dios está allí y entra en ella de tanto en tanto» (Carta 123), es decir, construir una pequeña Betania en el fondo del corazón. Está a nuestro alcance.

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