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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Pedro Calderón de la Barca escribió un autosacramental titulado El gran teatro del mundo, publicado en 1665. En ella, el autor reparte los papeles: rey, rico, labrador, pobre, niño… Quienes los representan, antes de entrar en el escenario del mundo, reaccionan ante la suerte que les ha tocado en la obra. El pobre se pregunta: «¿Por qué tengo de hacer yo el pobre en esta comedia? ¿Para mí ha de ser tragedia, y para los otros no?». Refleja un clamor contra la desigualdad. Si a todos los personajes el autor les da alma, el pobre lanza otro interrogante no de menor calado: «el ser mejor su papel no siendo su ser mejor.» ¿Cómo puede ser que a la misma dignidad los papeles sean tan dispares? No obstante, cuando el pobre sale al escenario del mundo, elabora su propio retrato de esta manera: «Es mi papel la aflicción, es la angustia, es la miseria, la desdicha, la pasión, el dolor, la compasión, el suspirar, el gemir, el padecer, el sentir, importunar y rogar, el nunca tener que dar, el siempre haber de pedir. El desprecio, la esquivez, el baldón, el sentimiento, la vergüenza, el sufrimiento, la hambre, la desnudez, el llanto, la mendiguez, la inmundicia, la bajeza, el desconsuelo y pobreza, la sed, la penalidad, y es la vil necesidad, que todo esto es la pobreza.» La sociedad trata a cada uno en función de su papel: «En fin, este mundo triste al que está vestido viste y al desnudo le desnuda.»

¡Cuántas personas se pueden sentir identificadas con este retrato y también con estos interrogantes! Apelan acaso al destino. Sin embargo, el tránsito de la pobreza al bienestar no suele ser fácil. Todos los demás que están en el mismo escenario deben comprender que no pueden ceñirse exclusivamente a su papel o, mejor dicho, que, en su papel, es exigencia ineludible la solidaridad, el esfuerzo por la justicia y la igualdad, la defensa de los derechos humanos, el respeto preferencial por los pobres… La fraternidad humana rompe los esquemas rígidos de los papeles de teatro para acentuar la importancia de la dignidad de las personas, de todas las personas, incluidas las que han nacido en los márgenes de la sociedad. Acabado su papel, el pobre le dice al rey: «Ya acabado tu papel, en el vestuario ahora del sepulcro iguales somos, lo que fuiste poco importa.». Por su parte el rico interroga al pobre: «¿Cómo te olvidas que a mí ayer pediste limosna?» El pobre le responde: «¿Cómo te olvidas que tú no me la diste?». ¡Que error reducir nuestra vida al papel que representamos! En el juicio final sabemos de antemano los criterios de valoración: «Lo que hiciste a uno de estos pequeños a mi me lo hiciste». En este penúltimo domingo del año litúrgico se celebra la VII Jornada Mundial de los Pobres. El mensaje del papa Francisco en esta ocasión recuerda las palabras de Tobías: «No apartes la mirada del pobre» (Tb 4,7). Vale la pena leerlo con atención.

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