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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Hong Kong. Saint Francis Xavier, colegio marista. Unos padres desean inscribir a su hijo a este colegio, después de haber sido expulsado de otro buen centro educativo, también católico, a causa del mal comportamiento del adolescente. Su carácter pendenciero propicia situaciones de conflicto con sus compañeros. No hace falta que transcurra mucho tiempo para que un profesor envíe al nuevo alumno al director del colegio ya que, en realidad, no se sabe bien qué hacer con él. El motivo: una pelea monumental en los lavabos de la escuela. El muchacho está acostumbrado a las reprimendas. El cambio de escenario no soluciona gran cosa, aunque el nuevo centro participa en campeonatos interescolares de deportes, en concreto, el boxeo. El hermano director recibe al alumno en su despacho. Aquí se produce un giro inesperado. En vez de reprimirlo, de sancionarlo o de largarle un discurso que el adolescente conoce de sobras debido a su conducta reincidente, el hermano marista le formula una pregunta: «Por qué no mejoras y sacas provecho de esto que no paras de hacer y que parece que te agrada tanto?» En síntesis, viene a decir: «¿Por qué no te dedicas a las artes marciales?». En vez de reprimir, orientar. En vez enarbolar la ley y el orden, se fija en los dones y talentos del muchacho. El estudio tiene su disciplina, pero las artes marciales también tienen la suya. Este giro inesperado, aunque el adolescente ya tenía intereses en la competición, convertirá al muchacho conflictivo en Bruce Lee, internacionalmente conocido como actor, cineasta y filósofo, considerado con el tiempo como «el artista marcial más influyente de todos los tiempos», pese a que murió en 1973, cuando tenía 32 años. Volvía con facilidad a su colegio para las grandes celebraciones y era considerado como uno de los suyos. Un gran referente de superación. Era su casa. Alguien supo comprenderlo y así Bruce Lee pudo desplegar los talentos que albergaba.

La figura de Bruce Lee sigue hoy presente en este centro escolar marista. En el edificio, cinco pancartas apuntan a las claves educativas de su proyecto educativo: presencia (pasar tiempo juntos), sencillez (llegar a ser como los niños pequeños en el espíritu del Evangelio), espíritu de familia (hay un lugar para todos nosotros), amor al trabajo (se valora todo trabajo) y al estilo de María (un modelo excelente para creyentes y educadores).

Más allá de notas y evaluaciones, informe PISA incluido, conviene valorar la visión sobre las personas, una visión que sabe descubrir lo más genuino de cada uno y que sabe darle un giro inesperado en la línea de sus propios talentos. Esto sí que no tiene precio.

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