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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Los jóvenes europeos, como decía Zigmunt Bauman, «están a la defensiva». Quieren mantener una situación que se les escapa de las manos. Se precipitan por el tobogán de la historia hacia el pesimismo y la insignificancia. Han viajado mucho más que sus padres, pero temen que van a vivir mucho peor que ellos. La preparación que tienen contrasta con las tareas que realizan, muy por debajo de sus expectativas. Problemas de trabajo, de vivienda… ¿De qué sirve soñar proyectos que se tornan irrealizables? Pesimismo. No hay puentes que les lancen al futuro, sino muros contra los que se estrellan. Se ensayan diversos mecanismos de huida. Los periódicos destacan hechos que más que noticias son síntomas que hunden en el desamparo. El consumo de pornografía, desde edades muy tempranas, aumenta de manera espectacular y los expertos reconocen que «los hemos dejado solos ante la pornografía». Huida hacia un mundo de estímulos que distraen de un presente agobiante. La tasa en el ámbito juvenil de autolesiones y suicidios crece de manera exorbitante. Huidas traumáticas que, en algunos casos, se convierten en definitivas. Los jóvenes de las economías emergentes contemplan el futuro desde la óptica de las oportunidades. Optimismo. Van a vivir mejor que sus padres.

La realidad es más compleja que estas cuatro pinceladas. Hay también cosas positivas, pero cuesta más encontrarlas y traducirlas en noticias agradables. Quizá todo esto no habla demasiado sobre la juventud, pero sí que refleja el color de fondo del cuadro o la banda sonora de la película de su vida. El mérito se desmorona. Bauman afirma: «Cuando la mitad de los jóvenes están en el paro, cuando una licenciatura te puede conducir a hacer trabajos porquería, la meritocracia queda gravemente herida». Bauman no se rinde: «Pero no he perdido la esperança. Si hay un aspecto humano inmortal es precisamente la esperanza. No me puedo imaginar la raza humana sin esperanza». Este es un gran desafío educativo en el momento actual: educar en la esperanza. Dar razones para vivir. No se trata de colorear el futuro de manera infantil, sino de sumergirse en la realidad, de afrontarla de manera solidaria y de transformarla desde una visión espiritual profunda. ¡Cómo resuenan las palabras de Pablo a los cristianos de Roma: «Que el Dios de la esperanza llene vuestra fe de alegría y de paz porque rebosáis esperanza gracias a la fuerza del Espíritu Santo.»! (Rm. 15,13). La esperanza no anula los problemas y las adversidades, sino que proporciona un sentido para ir más allá de ellos y no quedar aprisionados. Si no tenemos esperanza, jóvenes o no, caemos en el infierno. Dante Alighieri así lo indica, cuando en la Divina Comedia se habla del infierno: «Lasciate ognI speranza voi ch’entrate» [Abandonad toda esperanza los que entráis aquí].

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