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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Poco a poco se va agolpando la gente en un pequeño promontorio junto al mar. Las olas estallan contra las rocas y el viento las acaricia con fuerza, mientras viene a la memoria la traducción francesa de una obra de Yorgos Seferis, titulada Entre la vague et le vent. Momento del atardecer que sumerge en la contemplación del crepúsculo a la espera que el sol se encuentre con la línea del horizonte y paulatinamente desaparezca de la vista. No hay prisa. Tampoco pausa. La naturaleza sigue su ritmo imperturbable ajeno a las agendas individuales. La luz reverbera en las olas, agitadas por el viento. Las cámaras de los móviles disparan sin cesar queriendo contener en la memoria digital imágenes de belleza indescriptible. Acaso afán capitalista de almacenar experiencias únicas para recordar, pero más aun para exhibir en las redes o compartir con la familia y los amigos.

El monocolor se transforma en policromía. El oro solar se mezcla con las pinceladas de sangre rojiza. El astro gigante, humilde en la lejanía, se convierte en un círculo de fuego. Sus contornos son precisos. Su geometría no admite fisuras. Las pupilas de las numerosas decenas de personas que se distribuyen en el promontorio están fijas en el horizonte con la voluntad de no perder ni un instante de belleza. La contemplación, sabiendo acoger el tiempo de espera, transmuta la imagen exterior en silencio. Se trata de saber acabar la presencia y desaparecer sin estridencias. Resurgen las palabras del Eclesiastés: «Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: su tiempo el nacer, y su tiempo el morir» 3,1-2). Un crepúsculo que, en otro lugar, se convertirá en amanecer. El frenesí de la vida no debe prescindir del momento de la contemplación. Ni el negocio del ocio. Ni la lucha por la vida de su dimensión espiritual.

Al final, cuando el circulo de fuego se sumerge en el horizonte y aparecen las primeras penumbras, de manera espontánea se produce un aplauso general. Importante, porque más allá de la experiencia individual, la contemplación se ha transmutado en una experiencia colectiva. Vacaciones no significa consumir turismo sin más, sino abrir tiempos y espacios de contemplación. El paisaje exterior se adentra en la intimidad de cada persona y se refleja en su lago interior que se encuentra en lo más profundo del corazón. Hay acaso quien descubrirá una presencia, unas huellas y una voz… vinculadas al Autor del círculo de fuego.

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