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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Me encuentro dando un seminario al atardecer en un centro de formación en terapia Gestalt. Los participantes muestran un alto grado de comunicación personal. Se respira interés, búsqueda y sinceridad. No se considera una jugada inteligente esconderse tras la máscara del ego, aunque quitársela implica una tarea nada fácil. En un momento, afirmo, no sin temor ni temblor, que el amor que se acaba no solo deja de ser amor, sino que nunca fue amor. La característica del amor verdadero es la permanencia, tal como se recoge en un texto antológico de la literatura universal sobre el amor, es decir, en el capítulo 13 de la primera Carta a los Corintios: «El amor no pasará nunca». Si pasa, acaso fue pasión, enamoramiento, ráfaga emocional, distorsión, autoengaño, ilusión, ceguera…, pero no amor. Una mujer, al comprender el alcance de la reflexión, toma conciencia de sus carencias de amor y, en el fondo, de haber vivido de sucedáneos, y exclama: «Entonces, ¿yo no he amado nunca?».

Katherine Mandsfiel, en 1917 cuando tenía 29 años, escribe en su Diario un pequeño redactado bajo el título de Amor y setas. Comienza con la expresión de su deseo: «¡Si se pudiera distinguir el amor auténtico del amor falso como se pueden distinguir las setas buenas de las setas venenosas!» Y sigue el texto: «Con las setas es muy sencillo: las salas bien, las guardas y tomas paciencia. Pero con el amor, tan pronto como has encontrado algo que se le asemeja ni que sea remotamente, estás absolutamente segura de que no solo es un espécimen genuino, sino acaso la única seta genuina que quedaba por coger». Mandsfiel pone en evidencia su lucidez a la vez que subraya la dificultad enorme de discernir el amor auténtico del amor falso. Buscamos con tanta fuerza el amor que nos dejamos engañar incluso por el más burdo de sus sucedáneos.

En nuestra vida, subsisten la fe, la esperanza y el amor, tal como se dice en la Carta a los Corintios, pero el amor es el más grande. Una mirada al mundo nos permite descubrir que hay muchos credos que, mal vividos, separan, pero el amor siempre une.

Años después de aquella sesión en el centro de terapia, descubrí el libro Las obras del amor de Søren Kierkegaard en el que titula uno de sus capítulos así: «El amor permanece». De eso de trata. ¿Quién no siente deseo ardiente del amor auténtico? Todo lo demás es secundario.

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