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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

El personaje de Adán, juntamente con Eva, es la figura relevante en los inicios de la humanidad según el libro del Génesis. En los diccionarios ha generado dos acepciones. La primera, referida a la «desnudez», como signo de inocencia en el paraíso terrenal, reflejo de una época en que las personas no necesitaban máscaras para ocultar nada. La segunda apunta al «hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente.» En esta segunda acepción del adanismo, no hay tradición, solo comienzo. No hay pasado, solo presente y, acaso, futuro. La persona adanista tiene como lema: «Conmigo comienza la historia». No hay memoria, solo proyecto. Se borran de un plumazo las generaciones precedentes. No hay gratitud ni disgusto por la herencia recibida, porque su realidad pasa inadvertida, sin concederle la menor importancia. No existe carrera de relevos porque nadie recoge el testigo. La literatura acumulada en siglos anteriores hay que reescribirla según los nuevos cánones de los políticamente correcto. No se consulta a los mayores, a los que han hecho el camino, a los que han luchado con denuedo. ¿Para qué? Para el adanista, carecen de energía e interés porque no gozan de su iluminación. Son residuos que hay que eliminar. Desconexión y ruptura entre generaciones.

El adanismo mitifica la innovación, como si fuera la clave de todo progreso, pero olvida que sin pasado no hay innovación. Lo nuevo aparece en contraposición con lo anterior. En una línea de continuidad, puede darse lo nuevo. Sin ella, no hay punto de referencia. La tradición significa entrega, pero cada generación y cada persona tienen que decidir con libertad y de manera responsable cómo gestionan lo recibido. No hay atadura, sino reconocimiento. La innovación es importante en la historia, pero sin historia no hay innovación sino exaltación del propio ego, que desemboca en un supremacismo cultural carente de base. El adanismo está muy presente en nuestra cultura contemporánea. El filósofo Gregori Luri afirma: «Hoy todo lo que es nuevo tiene más valor que lo que es bueno». Cuando lo nuevo supera y mejora lo anterior sin olvidarlo, conduce a la bondad, a la verdad, a la justicia y a la belleza. Entonces, se llega a la visión del Apocalipsis (21,1): «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva».

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