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Catalunya Religió
Andrew Small

Glòria Barrete –CR Hace diez años que el papa Francisco puso en marcha la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores. Un organismo para promover la responsabilidad de la Iglesia en la protección de menores y adultos vulnerables. Su secretario es el misionero oblato estadounidense Andrew Small, nombrado por el papa en 2021. Small ha participado estos días del Congreso marista Dyktya Foundation, y Catalunya Religió le ha entrevistado.

La Comisión Pontificia para la Protección de Menores nace en 2014, una de las primeras iniciativas del papa Francisco. ¿Qué hace exactamente esta comisión?

La comisión se creó algo de un día para otro, sin mucha institución, y fue añadiendo miembros. Cuenta actualmente con diecinueve miembros, diez mujeres y nueve hombres, mayoritariamente laicos y laicas. La gran diferencia actual es que en vez de estar asociada a la curia romana, la comisión está insertada dentro de la curia romana. Forma parte del gobierno para servir a toda la Iglesia. Nuestro principal objetivo es prevenir, tutelar, formar, educar, hacer propuestas en el ámbito de la política para toda la Iglesia. Ahora dentro de la Curia tenemos una visión global de la Iglesia, y los miembros nombrados en septiembre de 2022 están divididos en cuatro grupos regionales que sirven a la Iglesia de esa región. Formamos un mandato para focalizar principalmente en las líneas guías de cada conferencia episcopal, de cada congregación, y de cada entidad de iglesia que capitanean sacerdotes y monjas. Los laicos no, ellos reciben las líneas desde el Dicasterio de los Laicos. Contamos con un programa de aumento de capacidad para fortalecer el liderazgo, especialmente en el sur del mundo, donde las herramientas, estructuras y capacidades son más débiles en este sentido, y donde creo yo que la amenaza para los jóvenes es más elevada porque se desconocen las reglas que gestionan las relaciones en muchos casos.

¿La curia romana tolera bien la presencia de la Comisión? ¿Ha mejorado esta cultura de la prevención de la que tanto habla el Papa?

Lo que sí ha cambiado es la percepción del problema de los abusos en la Iglesia católica, pero también a escala de toda la sociedad. Las cifras de la Iglesia ya sabemos que no son las más altas con respecto a otros ámbitos como el familiar. Esto se sabe, pero las cifras, las que sean, son siempre impactantes, terribles, monstruosas. Escuchando a las víctimas y conociendo los casos nos llama mucho la atención la falta de liderazgo que se ha tenido durante mucho tiempo en la Iglesia, el mal manejo. El mal manejo de los casos es lo que creo que la gente no nos perdona en la Iglesia. Cómo se han tratado en los últimos años los casos, las víctimas, es para muchas personas imperdonable como Institución, y les hace perder la fe en la institución, la credibilidad. Ésta es algo mucho más difícil para reconstruir. El abuso debe erradicarse, claro, pero no podemos olvidar que también debemos erradicar el mal manejo de la situación. Ya hemos descubierto cómo había personas que conocían los casos, se escribían unas a otras explicando la horrible situación, pero que no iban a investigar nada, cambiando a abusadores de sitio y no afrontando el problema, y ​​eso en todos los países. Éste es el pus de la Iglesia, las opciones y decisiones que tomaron mal personas específicas. El abuso sexual no es una enfermedad de la Iglesia que no tiene remedio, no. Ver este mal manejo debe hacernos llorar, por supuesto, pero también enojarnos al ver que estas decisiones las tomaron obispos, sacerdotes, superiores religiosos, que debían saber gestionar mucho mejor. Éste es el choque en la conciencia. Todo esto es ya una realidad visible, se ve mucho más, pero eso no quiere decir que nuestra realidad hoy es la de hace treinta años. Ahora estamos más capacitados para hablar de estas cosas y buscar sobre todo nuevos caminos de actuación.

Durante años, y todavía hoy, la Iglesia ha tomado un camino reactivo frente a los abusos, de defensa frente a un ataque, y no un camino propositivo. ¿Se está haciendo algún cambio? ¿Es la Iglesia ya propositiva y no reactiva?

He reflexionado mucho sobre este tema, sobre qué deberían estar pensando esos superiores u obispos que gestionaron tan mal los casos. Creo que no eran conscientes sinceramente, del mal realizado, pero de verdad que prefiero no quedarme pensando en eso. Quizás cuando se sentían estos casos en la Iglesia, en la parroquia, en las calles, surgía el enfado, la defensa pensando que la víctima era una enemiga y nos atacaba. No quiero juzgar a las personas de ese momento como individuales, pero como Iglesia, como entidad, está claro que pudo más el miedo a perder autoridad, que para muchos era lo mismo que perder poder. La autodefensa de la Institución, el miedo a perder la buena imagen que se tenía, la fama, perder su posición, también miedo a perder el amor y cariño de una congregación frente a la gente, todo esto ha generado una manera de estar en la sociedad que ha mermado la buena conciencia de las personas que lideraban en ese momento la Iglesia. Esto a mí no me sirve para perdonarlos, pero un poco sí para intentar comprender el contexto y la realidad del momento y remediarlo para que no siga pasando. Una entidad en la sociedad, con moral, con educación, con buenas personas, siempre debe hacerse responsable de sus actos. La ausencia en la Iglesia de un ministerio vivido en comunidad y no individualmente, nos ha traicionado mucho.

¿El riesgo de que los procesos y decisiones recaigan en una sola persona?

Exacto. El Papa habla mucho de la sinodalidad, y ésta es una forma real de vivir el ministerio de la Iglesia. Lo que ocurre es que la fe ha revelado también a otra gente mucha vocación y compromiso por la Iglesia, pero también otros compromisos. Debemos ser conscientes de que no todo el mundo en la Iglesia puede estar disponible siempre, de un día para otro, sin previo aviso, full time diríamos. Que todos los procesos y cada decisión deba debatirse con todos, puede provocar lentitud y frustración a mucha gente. La realidad no siempre facilita ese compromiso y disponibilidad absoluta. Marcar directrices, generar líneas para saber hacia dónde ir, sí que las puede participar todo el mundo, pero implementarlas es otra cosa. Para salvarnos, en este sentido, de la tiranía del individualismo, de la monarquía por ejemplo de un superior religioso o de un obispo, es necesaria la responsabilidad de cada uno de la Iglesia. Y esto se da con la formación. Debemos recordar a menudo que todos somos dueños de las políticas, que todos somos dueños de los códigos de conducta. No se trata de que todos tengamos la misma responsabilidad o cargo, sino que todos tengamos conocimiento de que existe un protocolo, que hay unas políticas al respecto, que hay un informe sobre el tema, y ​​que hay obligaciones que debemos esperar de los que lideran la comunidad. Esto faltaba años atrás, era todo hacia adentro, dependía del rey, del monarca, y de cómo era su personalidad, pero no había un requisito de estar en comunión con la comunidad, y eso creo que es una de las aportaciones mayores que la Comisión puede generar en todas partes. Fundados y centrados en el abuso sexual, pero no olvidemos que el abuso sexual siempre ha sido prohibido, no es de ahora. Lo que hace falta ahora, además de seguir prohibiendo, es supervisar los lugares en los que la Iglesia tiene vida y acción. Esto es muy urgente.

¿Generar una responsabilidad propia hacia la prevención del abuso?

Confieso que siempre me ha dado un poco de miedo la imagen que a menudo la Iglesia ha vendido, por ejemplo, del obispo como padre de familia frente a los sacerdotes de su diócesis, o la de un superior como padre de familia de sus religiosos. Un padre lo perdona todo, pero un obispo, un superior, no debe perdonarlo todo. Debe ser también un buen administrador, y si hay problemas debe verlos no como el fin del mundo, sino como un problema a erradicar, solucionar y, sobre todo, revertir.

¿La reparación a las víctimas comienza siempre por escucharlas?

Cada uno tiene su camino, sus deseos, sus necesidades, así como sus historias. Nunca hay dos casos iguales. La Iglesia, técnicamente, y como dijo Pablo VI, era experta en humanidad. En esta situación, la de tratar a la víctima de abusos de la Iglesia, no se ve nada claro que sea experta en humanidad. Pensemos ahora en el caso de un accidente de un feligrés en una parroquia. El párroco, o el obispo, va rápidamente, pregunta qué ha pasado, cómo ha pasado, cómo está ahora la persona, la visita, la acompaña y la reconforta. Esto se hace en la Iglesia, y se ha hecho desde siempre. Pensemos ahora en un caso de abuso sexual en la Iglesia. En el caso de abuso, y por la protección a la Institución, se rompe esta conexión entre el sacerdote y su ADN de ayuda, y se ve entonces a la víctima como enemiga, y no se la ve como una persona herida que necesita ayuda y cariño y acompañamiento pastoral, que es para lo que nos prepara la Iglesia desde hace muchos años. Frente a la víctima de abusos existe siempre una resistencia inmediata. Debemos vencer esto inmediatamente, es necesario reconfigurar el ADN, como hacemos con el feligrés de nuestra parroquia que ha tenido un infarto o que tiene problemas familiares. Quien escucha a una víctima de la Iglesia sufre una metanoia, una conversión personal. Se olvida de la Institución, y si hace falta se sacrifica todo aunque sea sólo por una persona. Esto debemos aprenderlo, a sacrificarlo todo aunque sea sólo por una persona. Es un poco la imagen y parábola del Bon Pastor, que deja todo su rebaño de ovejas para ir a buscar una sola perdida.

La Iglesia es su familia, pero su familia ha herido a mucha gente. ¿Cómo usted se alimenta y qué le hace seguir sonriendo y trabajando?

Yo crecí en Liverpool, en un barrio muy humilde, ya lo largo de mi vida he estado en situaciones y con gente bastante pobre, y donde la Iglesia ya estaba buscando otra identidad, una Iglesia alejada de multitudes, masas y de monopolios religiosos. En la búsqueda de una nueva identidad deben evaluarse muchas cosas, y estoy muy agradecido de haber tenido siempre alrededor a gente que no tenía miedo a las preguntas, ya las preguntas difíciles. La fe nos da una herramienta fuerte para resistir preguntas, para ir al fondo de las cuestiones, allí donde da miedo ir. Nunca pensé que llegaría a estar en el Vaticano, pero el modelo es el mismo para mí. ¿Cómo hacer Iglesia? ¿Cómo predicar a Jesús, y un Jesús no glorioso, sino un Jesús con una Iglesia sufrida y herida? La Iglesia es responsable de los heridos, estamos hablando de un abuso de derechos humanos enorme, es igual en todo el mundo, y todavía no hemos pensado bien lo que ocurrió en muchos lugares todavía.

¿Por dónde pasa la reformulación de la Iglesia?

Por decir la verdad. Hay por suerte otras formas de decir la verdad. La gente no confiará en nosotros si nosotros no confiamos en la gente y esto nace de entender que la verdad se comparte con los demás, con todos. Es un círculo vicioso. Una imagen que tengo para ello es imaginar el sitio donde las vacas duermen de noche, para escapar del frío y la lluvia. Cuando hay una tormenta y aparecen rayos, las vacas luchan por ir al centro porque se sienten más seguras. El problema es que el centro recibe mucha presión, una presión de muerte, pero éste es el riesgo de tener miedo al problema, que puedes morir. Y el miedo a la Iglesia es no tener fe, pero no una fe ciega, sino una fe en el otro, especialmente aquél que parece enemigo. Las víctimas, los abusados, tienen derecho a parecer enemigos, pero no vienen como tales.

¿A qué vienen las víctimas?

Las víctimas de abusos vienen a la Iglesia buscando la verdad, buscando una respuesta, buscando una acogida, buscando una ayuda, del tipo que sea, porque tienen derecho a hacerlo. El miedo a las víctimas no nos deja ser pastores reales. Necesitamos una Iglesia más humilde. No estoy hecho seguramente para una Iglesia como la que había en los años 30, 40 o 50. Soy más de esa Iglesia que debe reformularse y encontrarse otra vez. Si nosotros tenemos confianza en la gente, la gente también la tendrá en nosotros, con nuestras dificultades y oscuridades. Sólo la honestidad nos salvará.

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