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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Los médicos, en algunos casos, piden a sus pacientes que realicen un análisis de orina o de heces fecales. Pese a que son considerados materiales desechables, cuyo circuito desemboca en las cloacas, contienen informaciones importantes sobre posibles patologías. Los laboratorios de análisis saben detectarlas.

Esta situación que afecta al cuerpo humano es extensible a toda creación humana, internet es una de ellas, de gran relevancia en la actualidad. Si entramos en las cloacas de internet podremos determinar el grado de salud de sus usuarios. Como en la salud física, existen virus. Para contrarrestarlos, se crean antivirus, que los eliminan o los mantienen en cuarentena. ¿Se trata de condenar internet? En absoluto. Basta con recoger las informaciones que nos son útiles. La policía de cualquier gobierno sabe que hay contenidos ilegales, peligrosos, delictivos, que circulan con suma discreción. Detectarlos no resulta fácil. Cuerpos especializados se ocupan de esta tarea. Como hace siglos, los mares de la navegación se encuentran infestados de piratas, que quieren asaltar botines sustanciosos. La seguridad es un bien frágil y, en este contexto, amenazado. La intimidad salta por los aires porque desde cualquier lugar ignorado pueden violarla obteniendo informaciones privadas. Circular por internet deja huellas por todas partes, pero solo los más preparados saben cómo sortearlas. Este capítulo merece mucha atención porque afecta al núcleo duro de las posibilidades de internet.

Existen otras intervenciones de menor rango, pero no de menor importancia. A través de ellas se puede detectar el estado de salud de grandes capas de la población. No se trata de grupos organizados, de mafias operativas, sino de personas normales y corrientes que vuelcan sus excrementos en las cloacas de internet. Las redes sociales, los comentarios de las noticias en los periódicos, los blocs personales… sirven para insultar, propagar difamaciones, mentir sin escrúpulos, mostrar indignación sin límites, levantar sospechas, atacar adversarios, destrozar el honor personal. Todo vale. El carnet de identidad de estos usuarios se esconde tras el anonimato o tras una falsa personalidad. Estos mismos circuitos son utilizados de manera festiva, divertida, cultural, por muchas personas, pero no siempre resulta fácil discernir la validez y ética de los contenidos.

Un análisis de la orina y de las heces fecales virtuales permite observar que existe un alto grado de contaminación mediática que oscurece la verdad, la búsqueda del bien, el diálogo atento y respetuoso, la convivencia. Se busca hacer daño, descalificar, destrozar la fama… En algunos casos, como resultado de frustraciones personales. En otros, como objetivo de campañas, diseñadas y programadas, por núcleos de poder. La importancia del octavo mandamiento («No dirás falso testimonio ni mentirás») se agiganta ante las nuevas tecnologías porque, una vez efectuado el perjuicio, la reparación resulta casi imposible.

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