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Por Jordi Llisterri i Boix .

Me van a perdonar y me perdonará el cardenal Cristóbal Lòpez que no me centre en su imprescindible intervención en la primera convocatoria de la Tribuna Joan Carrera. Voy por otro lado. Al contrario de lo que se lee en el título y de lo que muchos dicen, el acto de este viernes es una demostración de que el catolicismo conciliar y catalanista no ha muerto. Y sobre todo que tiene un sentido.

Vayamos por partes. Catolicismo es obviamente una comunidad de practicantes de una religión, pero en nuestro entorno va más lejos que esto. Es una creencia y una iglesia universal, no sólo local o nacional. Pero catolicismo también es un poso cultural, una determinada manera de ver el mundo. Incluso una propuesta antropológica centrada en la dignidad de la persona. Nuestro país no se entendería sin la Iglesia católica.

Conciliar es la etiqueta que se ha puesto a los defensores del Concilio Vaticano II, en contraposición a los sectores conservadores o integristas que creen que el concilio era salto hacia la secularización de la Iglesia, y, por tanto, hacia su disolución. Ha habido diversos grados de conciliaridad, incluso algunos se han focalizado tanto en la crítica eclesial que se han sentido o han sido expulsados ​​de la Iglesia. Pero finalmente decir hoy Vaticano II no es nada muy distinto a decir papa Francisco. Un pontificado que ha sabido encontrar el equilibrio entre mantener la identidad y ser compresibles en la securalaridad.

Catalanismo es evidentemente una corriente política, pero también es un eje que atraviesa de forma transversal la historia de nuestro país y que supera el hecho político o el entuerto político de los últimos años procesistas. La lengua es seguramente su centro de gravedad. Por eso también atraviesa la historia del catolicismo en Cataluña. Eso que se ha conocido como Iglesia y País. En realidad, no se puede entender la relevancia de la Iglesia en Cataluña sin su catalanidad, como la de cualquier confesión que quiere estar realmente arraigada en el mundo en el que vive. Aquí también hay un problema de gradación y del que se pone delante, si lo político-cultural o lo religioso-institucional. Pero cuando se ha levantado un muro entre el catalanismo y la Iglesia, ésta ha pasado a ser o rechazada o irrelevante. (Nota a pie de página: no deja ser curioso que hoy de los tres cardenales electos que hablan catalán -una cifra significativa- ninguno ha nacido en Cataluña: uno de la Franja, Omella; un andaluz y catalán de adopción, Lòpez; y un mallorquín, Ladaria).

Pues bien, con diversas gradaciones, la mayoría de entidades y personas que han dado el impulso a la Tribuna Joan Carrera se mueven en el mundo católico y al mismo tiempo dentro de estas dos corrientes: la conciliaridad y la catalanidad. Carecen de la fuerza, la vitalidad o la visibilidad de hace unos años. Pero mantienen algo muy importante. Son el sector más significativo y permeable con el resto de la sociedad catalana.

La Tribuna Joan Carrera lo muestra, como mínimo, en tres aspectos. Primero, es un acto explícitamente de entidades católicas y/o cristianas que se puede organizar con un medio de comunicación civil, El Punt Avui. Segundo, cualquier asistente que no proviniera del mundo católico también podía sentirse invitado y compartir este espacio sin ninguna incomodidad. Y, tercero, lo que se dijo en la sala interesa más allá de las paredes que la delimitaban y por eso ha tenido eco en los medios de comunicación.

Quizás hoy es más fácil reunir a un centenar de jóvenes en una adoración eucarística o en una conferencia con doctrina de la buena. Y no soporta la comparativa con la mediana de edad del centenar de asistentes que reúne a la Tribuna Joan Carrera. Hacer una cosa no quita al otro, pero en los últimos años demasiado a menudo los que se han llevado los elogios (y los galones) en la Iglesia han sido sólo los primeros. Toda institución necesita tener sus actos internos y misas para formarse o cohesionarse. Pero es imprescindible que tenga espacios en los que su discurso y su forma de ver el mundo sea permeable y significativa para resto de la sociedad.

Desde el punto de vista más mediático, también ayuda a compensar el hecho que habitualmente las noticias de Iglesia sean sólo sobre escándalos o anécdotas extemporáneas. O que cuando aparezca el aplaudido compromiso social de la Iglesia, aparezca el compromiso social y no la Iglesia.

Por eso creo que es muy relevante que este viernes hayamos tenido una muestra de que el catolicismo conciliar y catalanista está vivo, con doble bendición cardenalicia, y con un protagonista que dice cosas que interesan a la gente y que al mismo tiempo nos pide un cristianismo más exigente (esta fue la intervención más aplaudida de la conferencia: minuto 1:10:18). Nada le gustaría más al obispo Carrera y a quienes le han precedido en catalanidad y conciliaridad.

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