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Por Jordi Llisterri i Boix .
Concili Provincial Tarraconense
Presidència del Concili Tarraconense amb Sistach, Carles, Torrella i Perdigó

Me perdonarán el comentario personal en la muerte del obispo Carles Soler i Perdigó. El Solé i Perdigó, como era conocido. Con el obispo Jaume Traserra, en 1996, tuvo el detalle ir a mi lista de bodas en el Basar Perpinyà (algo que se hacía antes) y regalarnos una olla a presión. La olla prestó grandes años de servicio pero nunca he sabido realizar una lectura pastoral o teológica sobre qué quería decir aquella elección.

Lo cierto es que el obispo Soler Perdigó tuvo que vivir en varias ollas a presión. Situaciones que sobrevolaba con esa voz de Ducados, con alguna expresión contundente cuando era necesario, con un cierto posado británico y con el Derecho Canónico en la mano. La olla más conocida es la división diocesana y los conflictos con los obispos auxiliares que se vivió durante el mandato del cardenal Ricard Maria Carles. Creo que la dimensión práctica de la vida del obispo Soler hacía imposible el entendimiento con el cardenal valenciano.

La otra olla a presión fue el Concilio Provincial Tarraconense. Soler i Perdigó será recordado y ahora homenajeado como obispo de Girona. Pero fue el hombre clave del Concilio Tarraconense. Como secretario general y como uno de los que creyó en él. Supo articular y conducir una experiencia inédita en medio de diversas tensiones que hacían peligrar el artefacto.

La tensión que vivió más directamente fue la bicefalia en la conducción del Concilio Provincial entre los dos líderes naturales de la Iglesia catalana: el arzobispo de Tarragona, Ramon Torrella, y el arzobispo de Barcelona, Ricard Maria Carles. Al mismo tiempo realizando equilibrios entre las diversas orientaciones del Aula Conciliar y la lectura mediática del evento. Un concilio que era de trece obispos (ahora no habría ninguno de Girona...) pero que no podía tratar como acólitos a casi 200 representantes de los obispados catalanes. Ni dejar a un lado lo recogido en la etapa de consulta previa en la que participaron 60.000 fieles. Y en un momento en el que en Roma no estaba de moda hablar de sinodalidad y se entendía la curia vaticana más como un ente fiscalizador que animador de la fe.

Si todo no saltó por los aires, fue por hombres como Carlos Soler i Perdigó. De ahí salió un referente de actuación pastoral tan avanzado como poco aplicado. Y ya jubilado no perdía ocasión de defenderlo. La Iglesia catalana debería recordarlo especialmente por eso. Como el hombre del Concilio Tarraconense.

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