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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Xavier Mas de Xaxàs ha publicado en la prensa un artículo titulado: Después de la guerra llega la victoria, no la paz, referido al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, con algunas alusiones a las revueltas callejeras que han incendiado muchas ciudades francesas. El periodista, a través de su titular, establece un principio que se cumple a lo largo de la historia. La victoria va unida a la derrota. Si unos ganan, otros pierden. El win-win es una entelequia. La paz, en cambio, exige la reconciliación. La Guerra Civil acabó con el Día de la Victoria, seguido de un período largo y turbulento de acuerdo con la expresión latina Væ victis, que significa «¡Ay de los vencidos!» En mayor o menor grado, siempre pasa lo mismo y en cualquier parte.

Con el advenimiento de la democracia, se intentó un pacto constitucional que tuvo sus notables aportaciones, pero que no se atrevió a llegar a fondo de la reconciliación. Algunos de los líderes de entonces tenían una talla que, en muchos casos, hoy se echa a faltar. El mismo Tribunal Constitucional se ajusta a un análisis similar. El drama es que las grietas que no se cerraron en aquel momento hoy adquieren proporciones preocupantes. La carta de la reconciliación y el objetivo de la paz ya no cuentan. Hoy, con unos partidos polarizados hasta el extremo, se busca la victoria. Ya no se habla de adversarios, sino de enemigos, a los que hay que vencer a cualquier precio, incluso pugnar por su eliminación. La campaña electoral ha puesto de manifiesto en un gran sector más la añoranza por un pasado que un compromiso por un futuro compartido. La paz, en nuestro caso, exige la búsqueda común de la unidad a través de la diversidad. La unidad sin la diversidad es uniformismo, es decir imposición y violencia. La diversidad sin la unidad es disgregación. En esta situación estamos desde hace siglos y no existen indicadores de mejoría. Tras las elecciones del 23 de julio, seguiremos instalados en la dinámica victoria-derrota. La paz, la reconciliación… resultan inalcanzables, si no afrontamos una conversión democrática profunda. En el fondo, no se busca el bien común, sino la victoria electoral conseguida a cualquier precio.

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