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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

En memoria de Etty Hillesum, que murió el 30 de noviembre de 1943 en el campo de exterminio de Auschwitz. En el 80 aniversario de su muerte

Una mujer joven, de 27 años, invitada por un amigo acude como objeto de estudio de sus manos a unas sesiones de un curso impartido por Julius Spier, un psicoquirólogo alemán de 53 años, que hacía poco había abierto consulta en Ámsterdam, huyendo del nazismo. Le impacta tanto la personalidad del maestro que graba en su memoria de manera indeleble la fecha del encuentro: 3 de febrero de 1941. Pide iniciar con él una terapia. Entre las prescripciones que recibe destaca la redacción de un diario, que ocupará diez cuadernos. Se conservan todos, menos el séptimo, que no ha sido hallado. Cabe añadir sus cartas. Gracias a estos escritos extraordinarios y fascinantes, tenemos acceso al mundo psicológico y espiritual de esa mujer joven llamada Etty Hillesum, que morirá el 30 de noviembre de 1943 en el campo de concentración de Auschwitz.

Etty mantiene con su terapeuta una relación apasionada y compleja, a veces tormentosa. En las páginas de su diario, profundiza sin concesiones en los repliegues más íntimos de su ser, aborda multiplicidad de temas (psicología, literatura, sexualidad, relaciones, familia, vida espiritual…) y analiza a fondo sus estados anímicos. Poco a poco, va poniendo orden en su mundo interior caótico y egocéntrico. Sus anotaciones destilan sinceridad y frescura. Sus valores afloran paulatinamente y reflejan una espiritualidad creciente y una búsqueda constante de su relación con Dios. Capta con nitidez la riqueza de compartir experiencias interiores: «Cuando alguien sigue trabajando en su propio desarrollo y no se avergüenza de contárselo a otros, por muy infantil que pueda parecer, está contribuyendo también al desarrollo de esas otras personas» (12.01.1942). Etty lee autores como Dostoieski y Rilke, de quien copia algunos fragmentos, como «Trate de amar las propias preguntas» (20.02.1942). Gracias a la contribución de Spier, adquiere una dimensión más espiritual de estos autores e incorpora la lectura de la Biblia y de san Agustín.

Su relación con Dios va adquiriendo rasgos de profunda intimidad y de un misticismo que se entronca en la realidad cotidiana y social de una época convulsa. Arrodillarse simboliza en ella la fuerza de la transformación: «Qué historia más curiosa la mía: la de la chica que no sabía arrodillarse. O con una variación: la de la chica que aprendió a rezar. Es mi gesto más íntimo, más íntimo que el que tengo cuando estoy con un hombre. ¿No es acaso imposible verter todo el amor que se tiene en una sola persona?» (10.10.1942).

No se trata de una confianza cómoda y vacía en la que Dios resuelve nuestros problemas. Etty tiene claro que no se está en las garras de nadie si se está en los brazos de Dios. (12.07.1942), Este texto del día anterior lo confirma: «No me siento en las garras de nadie, sólo me siento en los brazos de Dios, por decirlo bellamente. Tanto ahora que estoy sentada ante este querido y entrañable escritorio, como dentro de un mes en una habitación desnuda en el barrio judío o quizás en un campo de trabajo bajo la vigilancia de las SS., creo que siempre me sentiré en los brazos de Dios. Y podrán destruirme físicamente, pero nada más. Y tal vez sea víctima de la desesperación y de las privaciones que ahora soy incapaz de imaginar ni en mis más desatadas fantasías. Y, no obstante, todo esto es muy poco si se mide con la inconmensurable amplitud de la confianza en Dios y mi capacidad de vivir interiormente». (11.07.1942).

Etty vive tiempos de carestía, de persecución a los judíos, de confinamiento, de campos de concentración… No huye, se enfrenta. No se hunde, resiste. Es consciente de los horrores que le toca vivir. «Son tiempos angustiosos», escribe. Y añade esta plegaria: «Cada vez tengo más claro: que no puedes ayudarnos, sino que somos nosotros los que hemos de ayudarte a ti y de este modo nos ayudaremos a nosotros mismos. Y la única cosa que podemos salvar de estos tiempos y la única cosa que verdaderamente importa es un trocito de ti en nosotros, Dios mío. Y tal vez podamos colaborar a descubrirte en los afligidos corazones de otras personas (…) No te pido que nos rindas cuentas, somos nosotros los que deberemos responder ante ti algún día» (12.07.1942).

Momentos antes de la ascensión de Jesús, los que están allí reunidos le preguntan: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?» (Hec 1,6). Jesús no se deja atrapar por el control del tiempo de sus discípulos. Por esto les indica que esta preocupación no es de su incumbencia. Su propuesta es otra: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.» Etty, en su último cuaderno, formula la pregunta en sintonía con la respuesta de Jesús: «Tendrá que quedar alguien para dar testimonio más adelante de que Dios vivió incluso en estos tiempos. ¿Y por qué no iba a ser ese testigo?» (27.07.1942).

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