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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Michela Murgia, escritora sarda fallecida el mes de agosto pasado a los 51 años de edad, es la autora del libro Istruzione per diventare fascisti [Instrucciones para convertirse en fascista]. Se trata de un texto clarividente que aborda el argumentario que utiliza la extrema derecha y los mecanismos mentales que lo articulan. Murgia es consciente de que el pensamiento fascista se puede inocular en la mente de cualquier persona, incluso de las que poseen profundas convicciones democráticas. No se trata de una crítica al fascismo sin más, sino que se nutre de la vigilancia sobre sí para no caer en las garras de esta ideología, cuyos adeptos crecen exponencialmente en muchos países. Las instituciones religiosas, incluida la Iglesia católica, pueden verse tentadas de empatizar con las propuestas que formulan estos grupos porque, al menos aparentemente, respetan y defienden sin complejos algunos postulados afines. Cuando la Iglesia es perseguida o denostada puede buscar abrigo en estas tendencias extremas porque le ofrecen reconocimiento y seguridad.

Murgia formula con nitidez el criterio de actuación de los fascistas o de los movimientos que se nutren de su ideología frente a la religión: «Si las instituciones religiosas te aplauden, muévete conforme con la doctrina de nuestras raíces, pero si se te giran en contra trátalas como tratas a todos los enemigos, ataca sus intereses y apunta con el dedo a sus puntos débiles. Habla a los pobres, pero hazte con los ricos, porque el poder económico fundamenta el bienestar del país y te tiene que ver como amigo y garante. Instila en los desesperados la esperanza de que los podrás proteger, en los camaradas la idea de que los sabrás guiar y en los disidentes la certeza de que los aplastarás con todos los medios.»

La Iglesia tiene que ser lúcida y no dejarse manipular por ningún grupo, partido político o poder económico. Tarea harto difícil. Sin dejarse arrastrar por las coincidencias ni por las discrepancias. Su confianza debe fundamentarse en su fe en Dios a la luz del evangelio y, sin dudarlo, ser celosa de su independencia de los poderes humanos, sean del signo que sean. Dialogante y atenta, sin someterse a ningún postulado que contradiga los valores del Reino de Dios. Jesús es el referente y su criterio conserva hoy toda su validez: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Los mártires cristianos son los mejores exponentes frente a los intentos de sometimiento a las exigencias mundanas alejadas del evangelio. Con humildad y sin miedo, pero con la conciencia abierta y firme.

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