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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

La investigación sobre Gurdjieff me llevó al conocimiento de Katherine Mansfield. Una escritora neozelandesa, nacida en 1888, con una biografía agitada, llena de turbulencias y transgresiones, apasionada por la creación literaria y la búsqueda personal. A sus 34 años, llegó al histórico castillo de Prieuré, enferma de tuberculosis con ansias de curación y para afrontar su encuentro con la verdad. Pasó en ese lugar, cerca de París, sus últimos casi tres meses de vida. Allí tenía Gurdjieff su Instituto para el Desarrollo Armónico del Hombre, donde había creado su escuela de vida para un grupo numeroso de personas. Por dos veces, en verano de 2007, visité las tumbas de Gurdjieff y de Katherine Mandfield en el cementerio de Avon, junto a Fontainebleau. Consulté sobre ambos personajes documentos microfilmados en la zona subterránea reservada a la investigación de la Biblioteca Nacional de Francia François-Mitterrand en París, que considero relevantes y suscitaron en mí aun un mayor interés. La escritora neozelandesa destruyó una parte de sus diarios, pero todavía quedan otros, donde brotan a raudales su sensibilidad, lucidez, afán de búsqueda. Sus páginas, llenas de intuiciones, son cautivadoras.

El 19 de diciembre de 1920 Mansfield escribe una «confesión» sobre el sufrimiento, donde refleja la intensidad del suyo. Va mucho más allá del dolor físico, que considera un juego de criaturas. Un fragmento de esta reflexión: «No me quiero morir sin dejar constancia de mi creencia de que el sufrimiento se puede superar. Porque lo creo firmemente. ¿Qué se debe hacer? No se trata de lo que dicen "traspasarlo". Eso es falso. Te tienes que rendir. No resistir. Tomarlo. Dejarte inundar. Aceptarlo plenamente. Convertirlo en parte de la vida. Todas las cosas de la vida que aceptamos de verdad sufren un cambio. El sufrimiento debe convertirse en Amor. He aquí el misterio. He aquí lo que tengo que hacerUn auténtico bofetón a las actuales corrientes hedonistas y de cierto pensamiento positivo que, a menudo, más que abocarse a una búsqueda del placer se concentran en una huida asustadiza del dolor. Mansfield no es masoquista… No avala sufrir por sufrir. Deja atrás el autoengaño para afrontar la verdad. Se preocupa por la transmutación del sufrimiento en Amor. Esta es la tarea que vislumbra. Sabe que hay que resistir. Y añade: «En el mundo espiritual pasa como en el mundo físico: el dolor no dura siempre. Sólo que ahora es tan terriblemente agudo…». En el fondo, se trata de «vivir —vivir— nada más».

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