Pasar al contenido principal
Por Josep Gallifa .

Una mirada internacional a la educación cristiana nos lleva a considerar en un lugar destacado a las Escuelas de la Paz. Fundadas hace más de 50 años por Andrea Riccardi y otros jóvenes cuando iniciaron en 1968 en Roma la primera escuela popular, dejando el centro de la ciudad y yendo a la periferia. Eran estudiantes y querían luchar contra la exclusión de los niños desfavorecidos. Empezaron a organizar clases de repaso después de la escuela, pero pronto entraron en los hogares y descubrieron la precaria situación de sus familias. Esta experiencia transformó su mirada y su acción y fundaron la Comunidad de San Egidio.

Pertenecían a una generación idealista, influenciada por el Mayo del 68, años de ideologías y teorías, de revueltas estudiantiles. Sin embargo, ellos se centraron en la amistad y la solidaridad, no estaban en contra de nadie. También estaban llevados por el optimismo postconciliar. El Concilio fue una invitación a salir del centro de las ciudades para ir a las periferias. Siguieron los pasos de los sacerdotes obreros de Francia, o de sacerdotes que vivirían en los suburbios de las ciudades, por ejemplo, en Madrid o Barcelona.

Desde el punto de vista pedagógico, se inspiraron en la experiencia de Milani en la escuela de Barbiana, donde los niños mayores enseñaban a los más pequeños, dando confianza y prioridad a la palabra. Ahora que estamos en el Centenario de Lorenzo Milani es adecuado que recordemos su pedagogía: La palabra reemplaza la violencia, una palabra auténtica motivada por la amistad. Como Milani aquellos jóvenes se propusieron modificar el destino de aquellos niños, sacándoles de la marginación y dándoles lenguaje y cultura. Descubrieron el poder de la palabra, de la presencia amistosa. Una perspectiva que se inspiraba también en el personalismo comunitario muy central en la reflexión cristiana de la época (Mounier, Marcel, Maritain, ...).

Desde aquellos primeros años, Andrea Riccardi ha acompañado a la comunidad en su expansión a través de 70 países con más 70.000 niños, muchos en contacto con contextos de violencia y conflicto. Por esta razón, el nombre del movimiento pasó a ser Escuela de la Paz. El objetivo es dar centralidad a la periferia mediante la construcción de comunidades. El desarrollo de la Escuela de la Paz está muy bien explicado en el libro coordinado por Adriana Gulotta ¡A la Escuela de la Paz! Educar a los niños en un mundo global (Ed. San Pablo, Madrid 2018). Tres aspectos de las muchas cosas que podríamos decir que nos parecen muy relevantes de la Escuela de la Paz:

La importancia de apoyar a la infancia. Andrea Riccardi denomina precisamente a la escuela como "un mundo de niños", porque los protagonistas son niños de diferentes países y culturas, de entornos desfavorecidos, en contacto en muchos casos con violencia y conflicto: Sus voces, la forma de mirar, sus sentimientos, sus experiencias de transformación. Son niños a los que la cultura de la paz les ha dado la palabra. Y han hablado, han expresado su deseo de aprender. Hablan, ríen, cuentan, tienen alegría. Quizás nuestras ciudades no tienen alegría porque no tienen infancia, dice Adriana Gulotta (2018). Hay cientos de historias exitosas, historias reales de superación de situaciones desventajas, historias conmovedoras. El mundo es muchas veces el culto de fuerza, el desprecio de los niños y los débiles, el desprecio del perdedor, la ley del más fuerte, la violencia, el abuso de los débiles, la cultura del enemigo (el otro es la causa de mis problemas). La comunidad -explica Adriana Gulotta- se ha encontrado con la Camorra, las Maras del Salvador, las guerras de Kosovo, los campos de refugiados del Congo, los niños soldados de Uganda, los niños invisibles (no registrados, por tanto, no existen) que el programa Bravo hace visibles y rescata desde el anonimato en Burkina Faso, Mozambique o Malaui; también niños de la calle, "meninos", niños hechiceros (Congo), niños sin familia, pacientes con SIDA (Gulotta, 2018). Sant'Egidio nos hace llegar la conmovedora voz de niños y nos ayuda a entender por qué los niños necesitan paz.

Una propuesta para los jóvenes. Los jóvenes voluntarios se han confrontado por la realidad de los niños y niñas. Son los jóvenes que asumieron y asumen la responsabilidad de sus problemas, se acercan a la realidad concreta, se hacen amigos, siguiendo un deseo de solidaridad, de compartir, deseo humano que conecta con la profundidad del alma. Son jóvenes que quieren escuchar, dar su tiempo, incluso en algunos casos dieron su vida: experiencias de generosidad, gratitud, cariño, de alegría de vivir; experiencias de amistad, participación personal y de compartir. Los niños aprendieron con ellos a ser amigos. Su presencia incansable nos recuerda que nadie es irrecuperable. Nos muestran, a través de su labor, que hay muchas razones para el optimismo, y nos dan el ejemplo concreto del porqué para cambiar la sociedad debemos empezar con los niños. Adriana Gulotta recuerda en su libro que Montessori dijo que, en la verdadera educación, el adulto también experimenta transformación. Estos jóvenes también cambian. Un segundo aspecto es que demostraron y demuestran cómo las personas si se lo proponen pueden cambiar las cosas de forma efectiva, y cómo la paz tiene una base personal. Empezando con el cambio personal "todo puede cambiar", nos recuerda Riccardi (2018). Es un ejemplo para el conjunto de nuestra sociedad que tiene, en general, pocas propuestas verdaderamente formativas para los jóvenes.

Una vivencia de comunidad: La comunidad de Sant'Egidio. Es un compromiso de trabajo en equipo de más de 50 años, enriquecido por el ideal de la vida comunitaria, donde la lectura del Evangelio y la oración son experiencias comunes. Una experiencia que muestra la necesidad de dar la bienvenida a todos, de crear espacios seguros para apoyar la vida, de apostar por las periferias. Por ejemplo, en Cataluña, la Comunidad tiene cinco escuelas de la Paz, actividad parroquial, acciones hacia las personas sin hogar y compromiso y trabajo con las personas mayores. La comunidad ha desarrollado una verdadera pedagogía de la gratuidad y de acercamiento; pedagogía del acompañamiento. Han aprendido a leer la realidad, a ver los signos de los tiempos, a ver lo universal en lo local, centrándose en ayudar a los pobres. Al actuar en comunidad, aprenden y crecen ellos mismos. Relacionan formación y experiencia, reflexión y oración. Actúan como sujeto local y global a la vez. Es un ejemplo cómo desde la educación comprometida se puede transformar la realidad.

Y del mundo, ¿qué podemos decir desde la mirada de los niños y niñas? ¡Cuántos problemas! ¡Cuánto sufrimiento! ¡Cuántas situaciones en las que los derechos del niño no son posibles! ¡Cuántos niños sin infancia! Pero un mundo de problemas para niños y jóvenes son también las periferias europeas de Bruselas, París, Roma, Madrid o Barcelona. Riccardi nos explica cómo vivir juntos es también un problema europeo. Dar espacio a la infancia (promoción de la salud, la escuela, la alimentación, el registro) humaniza a la familia, el medio ambiente y la ciudad. En estos contextos, la paz debe ser enseñada y practicada. Educar es, por tanto, también construir la paz. El futuro está en manos de los niños y niñas (Manifiesto de 1998).

Grupos

Us ha agradat poder llegir aquest article? Si voleu que en fem més, podeu fer una petita aportació a través de Bizum al número

Donatiu Bizum

o veure altres maneres d'ajudar Catalunya Religió i poder desgravar el donatiu.