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Por Josep Gallifa .

El 20 de marzo de 2023 se ha cumplido el centenario de la apertura de la tumba de Tutankamón, encontrada casi intacta en el Valle de los Reyes en Tebas, Egipto. ¿Tiene algo que decirnos este acontecimiento a nuestra tradición religiosa judeocristiana?

El libro “El legado perdido de Tutankamón” de Andrew Collins y Chris Ogilvie-Herald (2022) da algunas respuestas, poniendo en valor el descubrimiento de la tumba, abierta en 1923 hace ahora cien años por Howard Carter y Lord Carnavon, y haciendo una interpretación del hallazgo. Hay que decir sin embargo que sumergirse en la vasta historia egipcia es siempre complejo para un no especialista como es mi caso. Efectivamente el intento de abordar la historia del Antiguo Egipto es siempre desbordante: Un lapso de más de 3000 años con períodos, como el del hallazgo que nos ocupa, que nos han llegado con mucha nitidez. Siempre con una presencia muy importante de la dimensión religiosa, politeísta, cuyos cultos fueron evolucionando, con una gran riqueza simbólica y artística.

La apertura de la tumba del joven Faraón fue un acontecimiento importante para la arqueología, pero también para la comprensión de un período muy interesante de la historia de Egipto como fue el período monoteísta denominado de Amarna de la XVIII dinastía. Su interés para nosotros es que la mayoría de los egiptólogos sitúan en esta dinastía -o entre ésta y la siguiente- el faraón que nombró como visir al José bíblico, hijo de Jacob, y que acogió a los Israelitas; así como los faraones, años más tarde, de la opresión a los Israelitas y del Éxodo, es decir, la época mosaica. Esto habría pasado unos siglos antes de la escritura definitiva de los textos de la Torá tal y como los conocemos.

Es la hipótesis que desarrolló también Sigmund Freud en su obra "Moises y el monoteísmo" (1939), de un Moisés histórico Egipcio. Según esta versión, también del historiador egipcio Manetón, que llegó a través del “Contra Apión” de Claudio Josefo, historiador hebreo que argumentaba en contra de esta hipótesis, Moisés habría sido un sacerdote Egipcio que salió de Egipto con otros sacerdotes y fieles monoteístas del período de Amarna mencionado, una vez colapsó el sistema, mientras Egipto retornaba al culto politeísta. La tumba de Tutankamón contribuyó a proporcionar más datos sobre esta hipótesis histórica.

Siguiendo esta hipótesis el libro de Collins y Ogilvie-Herald, con nuevos datos, sigue el Éxodo y -de manera ahora sí más especulativa- busca la ubicación del monte Sinaí, el Horeb, explicando también el origen del culto al Dios Yahvé. Explora también la religión Abrahamica originaria, comparándola con otras culturas nómadas, con su característico carácter lunar, y explicando la novedad que supuso, así como la fusión de esta tradición con la también monoteísta de Moisés (que hace equivalente como Freud al culto monoteísta al Dios egipcio Atón, de donde derivaría el nombre divino Adonai hebreo) y los sacerdotes egipcios que configuraron una de las tribus de los israelitas: los Levitas.

El libro citado profundiza en las vicisitudes del hallazgo de la tumba y los debates que avivó sobre el período de Amarna. Junto a dicho elemento religioso desarrolla otros relatos, que sintetizamos brevemente:

El argumento central es cómo fue el descubrimiento, cuáles fueron los protagonistas, qué acontecimientos ocurrieron, cómo lo trató la prensa, cómo se gestionaron los hallazgos interiores de la tumba y cómo lo administraron las autoridades, especialmente el gobierno británico. Este hallazgo vino rodeado de misterio, por el hecho repentino de la muerte de Lord Carnavon poco tiempo después y de su ayudante, ampliamente tratados en la prensa de la época, por la supuesta maldición por haber abierto la tumba.

Otro aspecto que explora el libro es el ya citado período de Amarna. El descubrimiento de la tumba aportó nuevos datos y especulaciones sobre el período de Akenaton, padre de Tutankamón y primer faraón monoteísta, y del período de Amarna y con nuevos datos de investigaciones recientes especula sobre la posibilidad de una epidemia como causa del derrumbe del período. Aclara también que la muerte de Tutankamón, sobre la que tanto se ha especulado, fue por un accidente según los nuevos hallazgos. El período del joven faraón se estudia pues con precisión, así como sus vínculos familiares con Akenaton y Nefertiti y los diversos protagonistas de este período.

El libro explora también cómo a partir de 1917 se inició el sionismo liderado por el químico judío Jaim Weizmann y cómo este proceso internacional interfirió en la interpretación del legado de la tumba de Tutankamón que se descubría en pleno proceso sionista pocos años más tarde. Como se sabe este movimiento terminó con la creación del estado de Israel en 1948. El libro expone también cómo las diversas potencias se situaron en este asunto de naturaleza política y cómo el elemento religioso, protestante y judío, no sólo no fue ajeno, sino que se convirtió en central en el impulso para la creación del nuevo estado.

En definitiva, estos relatos, con algunos componentes especulativos, y que son de períodos muy diferentes, separados por milenios, sorprendentemente encajan y son de mucho interés para nuestra tradición judeocristiana. Explican eventos, algunos que ocurrieron hace más de 3300 años, y que nos dicen todavía cosas destacables hoy. Podemos reflexionar sobre lo difícil que es entender la evolución humana, la propia historia de la humanidad, sin que tenga un lugar destacado en ella la comprensión de la dimensión religiosa.

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