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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Rainer Maria Rilke, en su libro Cartas a un joven poeta publicado en 1929, escribe: «Trate de amar las propias preguntas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en una lengua arcana. No se empeñe en las respuestas, que aun no se le pueden ofrecer, porque no está preparado para vivirlas. Y la clave es vivirlo todo. Viva ahora las preguntas». En conversaciones personales o en cursos de formación se observa fácilmente que las preguntas queman. Por esto, se busca obsesivamente la respuesta, que es la manera de eliminar el interrogante. Resulta frustrante en educación, que los alumnos memoricen respuestas a preguntas que no se han formulado ellos mismos y que, a más, en muchos casos ni les interesan. Pero en las preguntas existenciales, en aquellas que afectan la comprensión de la propia vida, encontrar la respuesta es tarea ardua. Por esto, Rilke aconseja «Sea paciente con todo lo que no ha resuelto en su corazón». No es fácil quedarse con una pregunta. Tampoco acogerla y dejar que cale en profundidad.

Las preguntas dirigidas al conocimiento de sí mismo, al sentido de la vida, al entramado de las relaciones… no encuentran respuestas inmediatas. Son, en expresión del escritor, «libros escritos en una lengua arcana». Hay que descifrarlas, poco a poco, entre aciertos y errores. Cuando se «desvelan», aparece la verdad desnuda. Entonces, se entremezcla el miedo y la alegría. Encajar la verdad no es fácil, pero conocerla libera y produce gozo. El engaño y la mentira facilitan la aceptación de aquellos aspectos oscuros, dolorosos, porque cambian sus ropajes en realidades deseables, pero empeoran las cosas al no ser verdad. ¿Cuándo se está preparado para vivir a fondo una respuesta? La luz no acostumbra a ser instantánea, porque en ese caso deslumbra y ciega. Viene a ser como un amanecer. Los rayos luminosos se adueñan paulatinamente y los objetos se desvelan deshaciendo las sombras que los envuelven. No se trata de temer las propias preguntas, sino de amarlas y vivirlas sin arrinconarlas. A veces, también ilustra compartirlas. Nos puede simbolizar la amapola de California, que tiene propiedades medicinales: se abre de día y se cierra de noche. Un juego de mostrarse y protegerse. La vida humana utiliza a menudo también esta misma dinámica.

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