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Por Josep Gallifa .

Qué gran tristeza. Cualquier guerra es síntoma de un fracaso, de un fracaso en términos humanos. Suelen haber responsables, en el caso de esta guerra de Ucrania uno muy claro, y siempre víctimas. Mueren personas civiles inocentes, jóvenes soldados entregan la vida. Cuesta entender que normalmente ya se dé por supuesto que los jóvenes soldados de ambos bandos están allí para dar la vida -que casi no tiene valor por lo que se ve- para defender a menudo unos intereses, a veces quizás unos ideales. Los significados habituales pierden sentido, la verdad y la objetividad es la primera sacrificada. No hay justicia, no existe amor. Sin embargo, incluso en medio de la barbarie suelen encontrarse actos de solidaridad y de humanidad. El corazón del hombre no puede apagarse. Lo vemos estos días, también en tantas y tantas muestras de solidaridad.

Hay muchas guerras de las que no sabemos gran cosa y siguen causando daños irreparables cada día, pero ésta nos toca de cerca, seguimos las noticias y vemos sus mecanismos y dinámicas perversas. Nos parece inconcebible que pueda estar pasando como si nada, tan cerca. Una tragedia humana de grandes dimensiones. Qué tristeza e impotencia.

En nuestra universidad hemos hecho minutos de silencio, también momentos de oración siguiendo la llamada del Papa Francisco. Un profesor de nuestra universidad tiene colegas académicos rusos, que le explican que occidente no ha cumplido con los tratados, que Ucrania ha atacado el Donbass,... La European University Association (EUA), asociación de universidades, en la que nuestro rector Dr. Josep Maria Garrell forma parte del Board, ha expulsado a doce centros universitarios rusos por su apoyo a la guerra. También ha hecho un comunicado en el que pide cesar el contacto y la colaboración con cualquier agencia del gobierno central de la Federación Rusa o cualquier otro país que apoye activamente la invasión rusa de Ucrania. También el comunicado expone cómo muchos académicos rusos, con un gran peligro personal, han criticado públicamente esta invasión; aconseja a las universidades miembros que aseguren, caso por caso, que la continuación de las colaboraciones existentes sea la adecuada a este momento. No podemos responsabilizar a todos en Rusia indiscriminadamente de lo que está pasando; y podemos generalizarlo bien seguro a otros ámbitos.

También algunos miembros de nuestro grupo de investigación tienen colegas ucranianos con quienes colaboran. Ni que decir tiene que se ha roto absolutamente la normalidad académica en las universidades en las que trabajan. Les han explicado que han dejado a la familia a resguardo o exiliándose y han ido, con el armamento que les ha suministrado el ejército, a defender a su país. Tienen una gran determinación, patriotismo y mucho valor, para resistir, pero qué gran tristeza y qué decepción tan grande que tengan que vivir en esta situación.

Con menor proximidad con el conflicto, pero también este año de entre las estudiantes Erasmus en las asignaturas de la facultad, tengo matriculadas una estudiante polaca y dos estudiantes rumanas. Son de países fronterizos con Ucrania y sus familias les explican la masiva llegada de refugiados ucranianos a sus países. Llegan a miles, cientos de miles, con unas pocas pertenencias, con una gran ansiedad por el futuro. Se han organizado espacios de acogida y algunas familias acogen a refugiados en las casas. Es una ola de solidaridad y empatía frente a una situación totalmente injusta. Mientras nos lo explicaban lo decían con cara de asombro, parecía que no pudiera ser que todo esto estuviera pasando de verdad.

Una guerra, más allá de que pueda haber vencedores y perdedores, tiene consecuencias muy graves por todas las partes involucradas. Hay muerte, destrucción, pérdidas irreparables, un gran fracaso en términos humanos. Tiene consecuencias para las comunidades enfrentadas, pero también para todos, ya que hoy vivimos en un mundo global. Así pues, es un retroceso y una regresión en toda regla en el desarrollo humano.

Una cosa es que haya conflictos. Los conflictos existen, es también humanamente comprensible que surjan diferencias de intereses y visiones. Sin embargo, es más humano todavía encontrar formas civilizadas de abordar los conflictos cuando se presentan. La paz no es una situación de carencia de conflictos, sino la actitud de querer superarlos por el diálogo, la negociación, poniendo en la ecuación el componente humano. Más que nunca necesitamos la cultura de la paz. Dice Noam Chomsky, en un reciente artículo, crítico con Rusia y defendiendo el derecho de defensa de Ucrania, pero también tratando de entender el porqué del conflicto -y por tanto no satisfecho con ninguna simplificación-: la negociación es el camino, único aún quizás posible, aunque no satisfaga de entrada, pero ve como prioritario detener la guerra que tiene un potencial de complicar las cosas aún mucho más. Ojalá puedan encontrarse negociadores y mediadores y se pueda detener esta guerra y su potencial altamente destructor.

Desde la Universidad recordamos que nuestra misión de formación de los jóvenes es entorno al diálogo, la racionalidad y el espíritu crítico. Así ha sido desde la Baja Edad Media. La universidad ha sido muchas veces un reducto de paz en medio de sociedades con conflictos muchas veces cruentos. La universidad ha promovido siempre los valores del diálogo y la paz como nos recuerda el manifiesto de la EUA.

Estos días vemos en los medios y también en Catalunya Religió muestras de cómo las religiones están también al lado de la paz. Lo ha puesto de manifiesto durante años la comunidad de Sant'Egidio, por ejemplo, organizando encuentros interreligiosos. Religiones que difieren en liturgias y tradiciones, pero coinciden en estar al lado de la paz. Las distintas religiones tienen el potencial común de promover la paz en nuestro mundo.

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