Sión luminosa y resplandeciente

Los tiempos oscuros del exilio de Israel en Babilonia no se acabaron con el regreso de los exiliados. La reconstrucción del país, a pesar de las facilidades dadas por los persas, no fue algo fácil. Las tensiones y rivalidades existentes entre los exiliados recién llegados y los que se habían quedado en el país fueron fuertes y tensas. Dos corrientes de pensamiento quedaron enfrentados: los que querían que la reconstrucción del país estuviera únicamente en manos de los que formaban parte del pueblo de Israel por estrictos lazos de sangre y los que, con una mirada más abierta, integraban los extranjeros en la reconstrucción del país. Es dentro de este clima que surge el profeta conocido por Tercer Isaías, personaje desconocido y llamado así porque se conserva su predicación en la tercera parte de nuestro actual libro de Isaías. De él leemos un fragmento (60,1-6) en la primera lectura de la festividad de la Epifanía del Señor.

La lectura comienza con el imperativo: "levántate". Levantarse es un verbo muy rico de significado. Es la contraposición al estar dormido; al profeta Jonás, que está durmiendo, le dice el capitán del barco: "Levántate y clama a tu Dios" (Jn 1,6). El Señor levanta al pobre y desvalido de su estado de postración (Sal 107,41; 113,7). A menudo es usado para indicar la salida de un estado de postración o parálisis y entrar en una fase de creatividad positiva. Es este el sentido que tiene en el pasaje donde el ángel del Señor alienta por tres veces a Elías a comer y ponerse en camino (1 Re 19,5.7.19). Es este el sentido de que también tiene en nuestro texto; a Sión, que vive en un estado de postración se le dice que tiene que levantarse.

Luz, amanecer, luz, resplandecer son términos que presiden el texto. "Las tinieblas que envuelven la tierra y las negras nubes que cubren las naciones" (v.2) contrastan con la luz y la claridad que se pone sobre la ciudad de Jerusalén, de tal manera que se convierte en polo de atracción y punto de referencia para todas las naciones. Es la misma oposición entre luz y oscuridad que encontramos en el primer relato de la creación (Gn 1), porque, en definitiva, lo que se está gestando es la creación de una nueva Jerusalén. La luz es equivalente a la gloria de Dios porque Dios mismo es luz: "El Dios santo, luz de Israel" (Is 10,17). El mismo Tercer Isaías dirá más adelante en el mismo capítulo: "Yo, el Señor, seré por siempre tu luz, yo, tu Dios, seré tu gloria" (60,19 y 20); vemos, pues, como luz y gloria aparecen como equivalentes.

"Los pueblos se acercarán a tu luz, los reyes, al resplandor de tu aurora "(v.3). La lectura muestra un gran desfile de pueblos, atraídos por la luz que brilla sobre Sión. Considerando que la realidad del exilio supuso para Israel el sometimiento al poder de las naciones extranjeras, ahora se produce un hecho de orden inverso: son los pueblos de la tierra, entre ellos los que habían sido opresores de Israel, los que ahora se dirigen hacia el centro neurálgico de su religiosidad, la montaña santa (Sal 48,2-3) de Sión, lugar donde está edificado el templo, lugar que el Señor ha escogido para residir (Sal 132,13; 135,21) y de donde procede la ayuda y el sostenimiento (Sal 20,3) y la bendición del Señor (Sal 128,5).

De entre todas las naciones que aparecen con su nombre, llama la atención la mención de Saba por la fácil referencia que se puede establecer con el reinado de Salomón (1 Re 10,1-13). La reina de Saba obsequia Salomón con oro y especias aromáticas (1 Re 10,10); el profeta dice que vendrán de Saba trayendo oro e incienso. El Tercer Isaías sueña en una Jerusalén próspera y radiante y, puestos a soñar, no se pone por poco, sueña con el reinado que, según la historia deuteronomista, fue el más brillante, deslumbrante y próspero de la historia de Israel , reinado en el que también acudían los reyes de todas partes (1 Re 10,24) a llevarle presentes.

Festividad de la Epifanía del Señor. 6 de Enero de 2016