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Comentario en el evangelio del 2º domingo de Adviento. A.

El texto de Mateo que leemos en el evangelio de hoy (Mt 3,1-12) está dedicado a presentar a la persona de Juan Bautista. Juan formaba parte del colectivo de personas o grupos que vivían al margen de los centros de poder. Sus valores, normas, prácticas de conducta y estilo de vida los desmarcaban de la oficialidad pautada y a menudo impuesta por las autoridades religiosas del judaísmo y del imperio romano dominante. Formaban parte de la sociedad, pero se mantenían en la periferia. Quedaban al margen del poder religioso y político de su tiempo, si bien sufrieron a menudo las represalias de estos poderes. Jesús compartió con Juan esta marginalidad.

El signo más claro de esa marginalidad es el desierto. Al margen del distanciamiento geográfico que representa el desierto, éste tiene un significado teológico de doble signo. En positivo el desierto es el lugar donde Dios se manifiesta y da la Ley en la montaña del Sinaí (Ex 19,1s), en negativo es un lugar temible en el que viven animales peligrosos (Dt 8,15). El desierto es el lugar donde se forjan movimientos de liberación mesiánica (Flavio Josefo BelJ. 2,12). Se contrapone como lugar alternativo al poderoso país de Egipto (Ex 5,1; 7,16). El territorio del Faraón es Egipto, el territorio de Israel es el desierto. Juan se va al desierto porque es el lugar alternativo en la poderosa ciudad de Jerusalén y alejado de los centros de poder del imperio.

Juan predicaba el advenimiento del reino de los cielos. Dado que se entendía que el cielo es el lugar en el que habita Dios, reino de los cielos es equivalente a reino de Dios, expresión que usan Marcos y Lucas. La gente que le escuchaba sólo conocía un reino, el del imperio romano. Reino es un tipo de organización de la sociedad donde el poder de uno solo determina las formas de relación de los ciudadanos con el poder y entre sí. El imperio romano se caracterizaba por favorecer a las clases altas de la sociedad a base de la explotación y opresión de las clases pobres y bajas a menudo con el uso despiadado de la fuerza. Los valores determinantes eran el prestigio social, la riqueza y la moral de pisa y no te dejes pisar. El resultado de todo esto era la búsqueda del prestigio, beneficio y poder de las élites gobernantes.

Reino de los cielos usa el lenguaje imperialista pero introduce una novedad sorprendente: “de los cielos” que, como hemos dicho, es equivalente de “reino de Dios”. Según éste, la existencia de hombres y mujeres se caracterizará, por tanto, por los valores del imperio sino por los criterios de Dios que encontramos bien descritos en el salmo 72 que pide para el rey el ejercicio de un poder modélico basado, como en la realeza de Dios, en derecho y la justicia (Sal 97,2) . En él los humildes serán amparados, los pobres salvados, los opresores deshechos y abundará la paz, el bienestar y la prosperidad. Los egoísmos e injusticias de los poderes políticos serán sustituidos por la justicia y el derecho de Dios tantas veces proclamados en los salmos y por los profetas. Evidentemente el reino de los cielos se convierte en un contrincante y una alternativa al reino imperial y a la larga serán incompatibles. Solo desde la marginalidad se puede predicar el reino de los cielos.

“No vivais fiados pensando que sois hijos de Abraham”. Fariseos y saduceos, aunque enemistados entre sí, se consideraban los puntales de la religiosidad de Israel. Ellos piensan que son hijos de Abraham y como tales son el pueblo escogido y son los preferidos de Dios (Dt 14,2). Se sienten superiores y esgrimen esa superioridad ante Jesús proclamándose hijos de Abraham (Jn 8) Creen que tienen garantizada la participación en los beneficios de Dios. La preferencia por parte de Dios no puede fallar porque Dios no puede dejar de salvarles haya sido cual haya sido su comportamiento. La filiación de Abraham pasa por delante de las exigencias de la Ley, por eso, si la incumplen, la filiación de Abraham les salvará. Un ejemplo muy claro de esta pretensión lo encontramos en la parábola del hombre rico y Lázaro que recoge el evangelista Lucas (16,19-31). Desde el sheol el hombre rico invoca a Abraham y suplica su piedad a la que cree tener derecho para ser él un hijo de Abraham.

Las pretensiones de los fariseos y saduceos en cualquier momento pueden quedar desmenuzadas porque Dios puede sacar hijos de Abraham hasta de las piedras. Un toque universalista que pone la mirada en los paganos que entrarán en la comunidad cristiana. Se empieza a forjar un nuevo pueblo mesiánico sustitutivo del pueblo mesiánico que pretenden ser fariseos y saduceos.

Domingo 2º de Adviento. 4 de Diciembre de 2022.

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