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Comentario al evangelio del 2.º domingo de Pascua

Leemos este domingo segundo de pascua el relato que el evangelio de Juan (Jn 20 19-31) hace de la aparición de Jesús a sus discípulos después de la aparición a Maria Magdalena.

La aparición acontece al atardecer del mismo día que era domingo. El domingo es el día que la comunidad cristiana se reúne para celebrar la eucaristía. Para las comunidades que irán surgiendo a lo largo de la historia el lugar apropiado para experimentar la presencia de Jesús resucitado es la eucaristía dominical.

Los discípulos tenían las puertas cerradas del lugar donde se encontraban. Todavía están traumatizados por la crucifixión y atemorizados por la posibilidad de que los enemigos de Jesús puedan detenerlos. Pero las puertas cerradas demuestran también el poder de Jesús resucitado que no puede quedar cerrado en una tumba de piedra, ni una puerta cerrada con llave le puede impedir el paso. Jesús resucitado puede hacerse presente cuando y donde quiera. Jesús resucitado no es un Jesús “redivivus” que ha recuperado la vida que tenía antes de morir. Jesús ha entrado en un estado de vida diferente, en un tipo de existencia totalmente nuevo y esto no quiere decir que no tenga ninguna relación con Jesús crucificado. De aquí que Jesús muestre las manos y el costado con las señales de la crucifixión. El crucificado y el resucitado es el mismo y único Jesús.

La “pax augustana” fue un largo periodo de cierta paz y estabilidad dentro del imperio romano conseguidos por la sumisión de los pueblos conquistados. Una gran propaganda imperial hizo grandes elogios de esta paz. Evidentemente esta no era ni es la paz de Jesús; por eso Jesús en las palabras de despedida dice a sus discípulos: “Os dejo la paz, os doy mi paz. Yo os doy la paz que el mundo no da” (Jn 14,27). Paz, en el texto griego “eirene” traduce el término hebreo “shalom” que quiere decir mucho más que paz en cuanto ausencia de conflicto. “Shalom” es bienestar, prosperidad, salud, alegría, armonía en la vida humana y en el mundo. Jesús da ahora la paz a sus discípulos, una paz que es fruto de su muerte y la resurrección y va ligada al do del Espíritu.

El texto que leemos hoy tiene puesta la mirada hacia el futuro de las comunidades cristianas. Comunidades futuras que creerán sin haber visto. Son la mayoría de comunidades cristianas de la historia que no habrán hecho una experiencia de encuentro con Jesús como la que hicieron los primeros discípulos.

Los rabinos tenían la autoridad de atar o desatar en su tarea de interpretación de la ley para determinar lo que es permitido o lo que no es permitido. Ahora esta expresión se aplica a las comunidades cristianas para manifestar la capacidad que tienen para neutralizar la fuerza del pecado derivada de la posesión del Espíritu que han recibido de Jesús. Esto las convierte en comunidades liberadoras y gracias a la fuerza del Espíritu en comunidades creativas. Hay que recordar la fuerza creadora del Espíritu que aparece en el libro del Génesis (Gn 1, 1b).

Unas comunidades que su dios y señor no será el emperador de Roma – así se hacía denominar el emperador Diocleciano – sino que su Dios y Señor será Jesús.

Los versículos 30 y 31 constituyen el primitivo final del evangelio de Juan. Posteriormente se añadió el capítulo 21 con su correspondiente final. El conjunto del relato del evangelio de Juan es considerado como un libro. Junto a la Biblia veterotestamentaria judía, nace una nueva escritura destina a convertirse en el libro referente de las nuevas comunidades cristianas. Recordemos que el evangelio de Juan empieza igual que la Biblia hebrea: “Al principio”.

Toda la narración del evangelio de Juan debe ser entendida como un signo que lleva hacia el descubrimiento de la verdadera identidad de Jesús. El objetivo es suscitar la fe que cree que Jesús Mesías es el hijo de Dios, este es el núcleo de la cristología de Juan y la fe lleva en la vida eterna.

Domingo 2.º de Pascua. 7 de Abril de 2024.

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