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Por Jordi Llisterri i Boix .
papa cadira rodes

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Me va a perdonar porque voy a decir lo contrario que hubiera dicho poco antes del verano. La salud del papa Francisco ponía sobre la mesa si la etapa de reforma había terminado y una renuncia por motivos de salud abrían un cónclave de resultado siempre incierto. Pues no. Ciertamente estamos en la etapa final, aunque sean por unos años. Pero en pocas semanas el papa Francisco ha dado señales suficientes para ver que su pontificado se acelera.

El balance de los diez años del papa Francisco de este marzo se situaba en si se veía el vaso medio lleno o medio vacío. Nadie negaba que el papa Francisco ha cambiado cosas, sobre todo hábitos o costumbres que construyen actitudes y formas de hacer renovadas.

Ciertamente en pocas cosas ha habido giros radicales. Pero todo lo sembrado durante diez años ahora ya se visualiza en cambios reales.

Un impacto importante lo tendremos en el Sínodo que se abre este miércoles. El proceso participativo que le ha precedido y cómo se ha gestionado apuntan a que no sería un Sínodo más. Así se ve también en la lista definitiva de participantes en el Sínodo y su documento de trabajo. Aunque no es un Concilio Vaticano III, el Sínodo ha abierto temas que parecían eternamente cerrados. Está todo. Las dificultades de un proceso participativo y deliberativo a nivel mundial no han escondido temas siempre mal cerrados vinculados a los ministerios, la sexualidad o la igualdad de las mujeres en la Iglesia.

En las sesiones de trabajo el Concilio Provincial Tarraconense de 1995 hubo una crisis importante cuando estos temas se pusieron encima de la mesa. Los sintetizó en una intervención el abad Sebastià Bardolet, por lo que se conocieron como el cajón del abad. Cajón que quedó encerrado a cerradura y llave.

En otros momentos de ese pontificado también habían salido a saludar tímidamente temas como la comunión a los divorciados, la ordenación de hombres casados o el diaconado de las mujeres. Pero ahora es el propio Papa quien deja abrir no un cajón, sino todo el armario.

será difícil amortiguar el debate viendo el perfil más plural y diverso de la lista de convocados al Sínodo

Fijémonos bien. Hace diez años habría sido impensable discutir abiertamente de estos temas en un organismo oficial de tanta relevancia como un Sínodo, que no deja de ser una especie de asamblea general. Puede que todo vuelva a meterse en un cajón. Pero será difícil amortiguar el debate viendo el perfil más plural y diverso de la lista de convocados al Sínodo, que sigue siendo mayoritariamente una asamblea de obispos pero los laicos y religiosos (entre ellos las mujeres) tendrán voz y voto suficiente para impulsar nuevos consensos.

Pero no nos confundamos. Lo importante no es si hay cambios en estos temas. Nuestra visión cultural eurocéntrica y mediática nos hace pensar que éstos son los males fundamentales que la Iglesia debe afrontar. Es más importante si el pontificado de Francisco genera una nueva manera de avanzar y afrontar los problemas de una institución que es universal. Lo que en definitiva pregunta el Sínodo es qué cambios debe haber para que la Iglesia sea verdaderamente una comunidad donde cabe todo el mundo.

No menor. junto a ello han coincidido dos nombramientos claves en la curia vaticana. En la fábrica de obispos y en los garantes de la ortodoxia. En el dicasterio para los Obispos, donde se gestionan todos los nombramientos episcopales, un religioso americano, Robert Francis Prevost; y en doctrina de la Fe, un obispo argentino, Víctor Manuel Fernández, que lo primero que ha dicho es que no tiene ganas de condenar a nadie. A diferencia de los anteriores responsables, Francisco ya no ha respetado un cierto equilibrio prudente de tendencias eclesiales. Ha puesto a dos reformistas de confianza, que además acaba de nombrar cardenales, coincidiendo con la reforma de la curia. Dicho en términos eclesiásticamente incorrectos, ahora mandan los suyos.

también debería acelerar uno de los temas en los que Francisco ha embarrancado: la renovación del episcopado

Precisamente, con el consistorio de este fin de semana también se visualiza cómo las reformas comienzan a ser cambios. El colegio cardenalicio de electores ya está en una inmensa mayoría nombrado por Francisco; 99 de los 137 hoy menores de 80 años. Basta con destacar que en el cónclave de 2013 que eligió a Bergoglio más de la mitad de cardenales eran europeos (la mitad de ellos italianos) y ahora los europeos son un tercio y el peso se ha desplazado de los cardenales de curia a los obispos misioneros.

Finalmente, poniendo el foco más cerca, todo esto también debería acelerar uno de los temas en los que Francisco ha embarrancado: la renovación del episcopado. Se ha visto claramente en Estados Unidos con unas fuertes corrientes episcopales trumpistas. Y también lo vemos en España (dejo ahora aparte el tema de las diócesis catalanas). El nombramiento también sorprendente de dos "jóvenes" obispos españoles de este septiembre como miembros del dicasterio para los Obispos, abre esperanzas para dar un giro de verdad en este tema y que dejemos de tener obispos que viven en un mundo que no existe. El nuevo arzobispo de Madrid y nuevo cardenal, José Cobo, y un desconocido obispo de Teruel, José Antonio Satué, deberían acelerar este tema.

La pregunta es si todo esto nos coge tarde con un papa que hará 87 este diciembre. Pero algo nos ha mostrado Francisco en estos diez años. Francisco es de esos que cuando avanza no levanta un pie si no tiene muy claro que el otro está bien falcado. Y tampoco le ha costado dar algún paso atrás si no lo ha visto claro. Pero justamente parece que es ahora, cuando tiene que moverse sobre ruedas, cuando acelera.

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