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Comparado con las potencias extranjeras que le rodeaban, Israel fue siempre un pequeño país. Dentro de su literatura se encuentran textos empapados de aires de grandeza, entre estos están las narraciones de los patriarcas de las que hoy leemos el pequeño fragmento (Gn 12,1-4a) que explica la llamada de Dios a Abraham.
La experiencia histórica de Israel ha jugado un papel importante en la configuración de las historias de los patriarcas, tal como se encuentran en el libro del Génesis. Durante el reinado del rey Josías (640-609 aC. 2Re 22,1-23,30), disminuyó la presión invasora de Asiria sobre el reino del norte. Fue en este momento que este rey inició una campaña con el objetivo de anexionar el reino de Judá al territorio del reino del norte. Para justificar esta política se redactaron unos textos que, valiéndose de antiguas tradiciones, mostraban cómo Dios había dado a Abraham un gran territorio que incluía el reino del norte y el del sur. Con ello se quería vencer la reticencia de los que no aceptaban la reunificación de Israel y Judá suspirada por Josías.

Otro hecho de la historia de Israel que determina las narraciones sobre los patriarcas es el regreso del exilio de Babilonia. En el momento del retorno el territorio estaba ocupado por gente del norte huida de la persecución asiria, también por extranjeros provenientes del dominio babilónico. Todos estos habían ocupado tierras lo que originó disputas sobre la propiedad del territorio; de estas disputas da noticia Ezequiel (33,24). Dicho esto se entiende que el propósito de Gn 12,1-3 sea convertir Abraham en el antepasado de los exiliados que retornaban de Babilonia hacia Israel y legitimar, de este modo, sus prerrogativas ante los que se habían quedado en el país. Abraham es presentado como un ejemplo para aquellos exiliados en Babilonia que respondieron a la llamada de retornar al país y reconstruirlo.

En el texto que leemos hoy se repite insistentemente la palabra bendecir (4 veces) o bendición (1 vez). El verbo hebreo que traducimos para bendecir (barak) tiene un sentido muy rico: su significado base es transmitir potencia salvadora, fuerza salvífica. En tanto que bendecir es crear una situación de salvación, conllevará admiración y agradecimiento. Así bendecir y alabar convertirán sinónimos y aquel a quien se le da gracias es el dador de vida. Por extensión el término significa: ensalzar, elogiar, saludar, felicitar, prosperar, desear bienestar, suerte, éxito; y también hacer fecundo, hacer numeroso.

Los hombres que reciben la bendición se convierten en fuente de bendición para los demás. Son fuente de bienestar para los demás y encarnación de la palabra de bendición que resume la acción creadora, salvífica y liberadora de Dios. Abraham entra a formar parte del plan de Dios que quiere hacer llegar su bendición a todos los pueblos de la tierra. Así el pequeño Israel, pisado una y otra vez por las potencias extranjeras, se convertirá sorprendentemente en elemento imprescindible para obtener los favores y beneficios de la única y auténtica divinidad. Así lo ve el profeta Zacarías: "Ese día, muchas naciones se unirán a mí, el Señor" (2,15) "Grandes pueblos y naciones vendrán a Jerusalén a suplicar al Señor del universo a implorar su favor .. . dirán: Queremos venir con vosotros porque hemos sabido que Dios está a su lado "(8,22).

"Te convertiré en un gran pueblo y haré grande tu nombre". Los constructores de la torre de Babel querían hacerse un nombre y no lo lograron porque el Señor los dispersó (Gn 11,1-9). Esto no pasará al pequeño Israel, gracias a la bendición otorgada a Abraham no sólo será un gran pueblo sino que los demás se valdrán por él del favor de Dios.

Domingo 2º de Cuaresma. 12 de Marzo de 2017

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