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Antíoco IV Epífanes, a fin de cohesionar un reino hecho de pueblos muy variados, quiso unificarlo imponiendo una religión única al estilo de las que se practicaban en la Grecia clásica. Esto obligaba a los judíos abandonar la práctica de las costumbres tradicionales y renunciar al cumplimiento de la Ley que marcaba la pauta de su vida y comportamiento de los judíos. Antíoco IV Epífanes impuso las costumbres griegas, prohibió la circuncisión (1 Mac 1,12-14); intentó suprimir el culto al Dios de Israel (1 Mac 1,41-53). Como sería de esperar, estas pretensiones chocaron con la férrea oposición del pueblo judío que quería seguir fiel a las prescripciones de su Ley. Este es el contexto que originó la revuelta de Judas Macabeo en 167 aC. De esta revuelta nos hablan los dos libros que toman el nombre de este personaje, hijo del sacerdote Matatías.

Una sola oportunidad ofrece la liturgia de leer un fragmento del segundo de estos libros (2Ma 7,1-2.9-14) y esta se da precisamente en la primera lectura de este domingo. Probablemente el libro fue escrito en griego por un judío de Alejandría a finales del siglo II a. La época histórica que circunscribe los hechos que se describen va desde los tiempos previos a la subida al trono de Antíoco IV Epífanes (175 aC.) a la victoria de Judas Macabeo sobre Nicanor (160 aC.). La obra es un resumen o recopilación antológica de textos de una obra anterior, escrita por un tal Jasón de Cirene. El judaísmo no lo incorporó en su canon de libros sagrados; las iglesias protestantes lo consideran apócrifo y las comunidades cristianas católicas lo catalogan como deuterocanónico, pero el hecho de que hable de la resurrección y del martirio la ha dotado de una gran consideración.

El problema que se cuece en el trasfondo del texto es el de la retribución merecida por el cumplimiento de la Ley y otras prácticas religiosas. En la teología clásica de Israel, el cumplimiento de la Ley conlleva el beneficio de la prosperidad económica (Dt 28,1-14); seguir los caminos del Señor y cumplir sus decretos y prescripciones da la vida (Dt 30,15). Ante esto, ¿qué pasa con los justos, que con el martirio pierden la vida por haber sido fieles y cumplir todas las prescripciones de la Ley? Donde està su recompensa? La Ley que les había de dar la vida ha sido paradójicamente la causa de que la hayan perdido.

Es entonces cuando comienza a forjarse la doctrina según la cual el premio al cumplimiento de la Ley queda postergado a otra vida y el evento indispensable, que facilita el paso a esa otra vida, es la resurrección. Se afirma la existencia de una vida más allá de la muerte física que es dada por Dios a aquellos que le han mostrado fidelidad con el cumplimiento de la ley.

El libro de la Sabiduría habla de la inmortalidad de los justos (1,15) y que la observancia de la Ley asegura esta inmortalidad. En el segundo libro de los Macabeos se habla por primera vez de la resurrección del cuerpo, que debe entenderse de toda la persona. Sólo se contempla la resurrección de los justos. El malvado Antíoco recibirá su castigo (2mA 9,7-12.28) en este mundo con una muerte horrible. El libro se cuida muy bien de contraponer el premio del justo con el castigo del pecador. El segundo libro de los Macabeos sólo habla de la resurrección de los justos. Es en el libro de Daniel donde se encuentra que esta resurrección se hace extensiva a buenos y malos. Los buenos resucitarán para la vida eterna y los malos para la condena y el castigo.

Domingo 32 durante el año. 6 de Noviembre de 2016

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