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La influencia asiria, durante los reinados de Manasés y Amón (699 a 640 aC.) Fue muy grande. Se introdujeron en el templo de Jerusalén cultos extranjeros, creció la idolatría y la corrupción social. Al entrar Asiria en declive, el rey Josías inició una reforma religiosa en la que participó el profeta Sofonías, de quien leemos, en la primera lectura de hoy, un fragmento (Sonido 3,14-18a) de la parte final del su libro.

Gritar, clamar, alegrarse, celebrar, cuatro verbos sinónimos que invitan a la alegría. Es un lenguaje que contrasta totalmente con las críticas y amenazas que predominan en casi la totalidad del libro. En el Antiguo Testamento encontramos expresiones semejantes: "Pueblo de Sión, grita jubiloso, porque el Santo de Israel es grande dentro de tu ciudad" (Is 12,6), y también: "Alégrate y grita con júbilo, hija de Sión, porque vengo a vivir en medio de ti " (Za 2,14). En el Nuevo Testamento estos gritos de alegría los encontramos en el canto de María: "Magnifica al Señor mi alma, mi espíritu exulta en Dios" (Lc 1,46).

Son tres los motivos que justifican la alegría. La condena ha sido revocada. La amenaza del juicio, de las calamidades que deben caer encima de las naciones y también sobre Jerusalén ha desaparecido. En el libro hay un cambio brusco, repentino, que modifica totalmente las intenciones de Dios, sin que se especifique claramente el motivo. Se intuye que la causa es el resto que ha permanecido fiel Dios (13,12-13). El día del Señor que es visto como un día terrible y lleno de angustia (1,14-16) ahora se presenta en su aspecto más positivo.

El segundo motivo de alegría lo producen los enemigos que han desaparecido. "El Señor ha alejado tus enemigos" (v.15). Asiria, entrada en declive, afloja la presión dominante de los invasores. Algunos comentaristas consideran que este tramo final del libro de Sofonías fue añadido después del exilio, en este caso la desaparición de los enemigos correspondería a la caída de Babilonia. Lo más importante, sin embargo, es el cambio que se ha producido en los pueblos extranjeros: de oprimir en Israel han pasado a alabar los Señor: "Entonces yo, el Señor, cambiaré los labios de los pueblos: los daré unos labios puros porque todos invoquen mi nombre "habrá dicho anteriormente en el versículo 9.

El tercer motivo es que "el Señor, el rey de Israel está en ti". Los monarcas y corruptos que reinaban en Jerusalén, Manasés y Amón, anteriores a los años del reinado de Josías, fueron unos reyes corruptos. El rey era el signo visible de la realeza del Señor y estos monarcas indignos e infames no eran aptos para representar la realeza de Dios. El profeta recuerda que el Señor es el verdadero rey de Israel que reina, habita y está presente en medio de su pueblo; así lo cantan los salmos: "El Señor es rey" (99,1). Ni reyes extranjeros, ni reyes corruptos. Lo mismo podemos decir del templo de Jerusalén. La introducción de cultos idolátricos en el templo convertía éste en un indigno habitáculo para acoger la presencia del Señor. "El Señor está en ti" (vv. 15 y 17) quiere decir que Dios vuelve a habitar dentro de su pueblo. Tener asegurada la presencia de Dios, es tener asegurada la defensa de la ciudad y alejar el peligro que supone la acometida de los enemigos. Resuenan aquí expresiones que encontramos en el libro de los salmos. "La mansión más sagrada del Altísimo. Dios está en medio de ella, no puede tambalearse. Dios la defensa antes de que apunte el día” (Sal 46,5-6).
Tres razones que justifican la alegría de Sión y de Jerusalén, razones que se pueden resumir en una sola: el amor de Dios para con su pueblo, amor que provoca la alegría de Dios, de tal manera que la alegría es una alegría compartida.

Domingo 3º de Adviento. 13 de Diciembre de 2015

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