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En el año 169aC. el rey Antíoco IV Epífanes (175-164 aC.) Llega a Jerusalén e introduce una helenización en todo el territorio de Israel, que convierte en ilegal la religión y la cultura judía. Se inicia entonces una persecución que obliga a los judíos a optar por la apostasía o la sedición. Se produce una revuelta liderada por los Macabeos (1 Ma 2,27). El templo, que había sido profanado, es purificado y consagrado nuevamente en el 164 aC. Este es el contexto en que hay que situar la progresiva composición y redacción del libro de Daniel, del que leemos, en la primera lectura de hoy, un par de versículos de la visión descrita en el capítulo 7º, que cierra solemnemente la parte aramea del libro (Dn 7, 13-14).

En el breve fragmento de texto de la lectura se describe la visión del advenimiento del Hijo del Hombre. Recordemos que las visiones son propias del lenguaje apocalíptico, género literario con que está confeccionado el libro de Daniel. Al Hijo del Hombre, que es presentado al anciano venerable, se le da la soberanía. La partícula "como" nos advierte que hay que entender el personaje simbólicamente. Así el término "hombre" no se refiere a un hombre histórico concreto, sino que hay que entender el término en sentido genérico y colectivo. Más adelante, en el mismo capítulo, se darán las pistas para interpretar la identidad de este Hijo del Hombre. El versículo 18 dirá que es "el pueblo santo del Altísimo" el que "recibirá la realeza y la poseerá eternamente".

El Hijo del Hombre vendrá sobre una nube. En un pasaje de Isaías se dice que Dios se desplaza en una nube (Is 19,1). El autor del libro de Daniel quiere enseñar que el Hijo del Hombre proviene del ámbito que es propio de Dios. De este modo distingue su procedencia de la procedencia de las bestias descritas en los vv. 3-8. Salen del mar, elemento caótico, fuente del mal, hostil a la bondad de Dios. Estas bestias simbolizan los grandes imperios y reinos que, a lo largo de la historia, han sido los opresores y perseguidores del pueblo de Israel. El autor del libro quiere establecer una contraposición entre el poder y soberanía de estas bestias y el poder y soberanía que se da al Hijo del Hombre. Lo que es bestial se contrapone a lo que es humano. La realeza que será quitada a las bestias será dada al Hijo del Hombre.

La figura del Hijo del Hombre hizo fortuna en la apocalíptica judía. En el primer libro de Henoc (1 Hen 37-71), en el Libro de las Parábolas, es un personaje misterioso, elegido, reservado para el fin de los tiempos; entonces se sentará en un trono como juez universal y llevará a cabo la venganza de los justos. En la realeza que le es dada, se puede ver la realeza prometida por Natán a David (2 Sa 7,16), de ahí que el Hijo del Hombre es identificado con el Mesías esperado. Jesús hace suya la imagen del Hijo del Hombre. Mateo, Marcos y Lucas, los tres, en los anuncios de la pasión incluyen la expresión: Hijo del Hombre. Será perseguido y muerto. Vivirá la misma experiencia que los "santos del Altísimo" del libro de Daniel. Éstos, antes de recibir la realeza, fueron perseguidos y muertos.

Nos podemos imaginar la apocalíptica como una literatura subversiva y clandestina. El lenguaje simbólico y complicado es una protección frente a los perseguidores que no tienen los códigos de interpretación. Pretende desvelar el sentido profundo de los acontecimientos históricos. La persecución de los judíos, fieles a la alianza y al cumplimiento de la Ley, puso sobre la mesa un problema: ¿Cómo puede ser que el justo muera si el cumplimiento de la Ley es vida? (Dt 4,1; 6,24; 32,47). Cuando la sangre de los mejores hombres de Israel es derramada impunemente, cuando parece que no hay futuro, cuando las esperanzas se derrumban, el libro de Daniel promete a los perseguidos la victoria sobre las fuerzas opresoras.

Festividad de Cristo Rey. 22 de Noviembre de 2015

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