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En la segunda lectura de este domingo se sigue leyendo fragmentos de la carta a los Hebreos. El texto que hoy corresponde (Hb 9,24-28) pertenece al corazón de la carta donde se compara la muerte de Jesús con los sacrificios que se ejecutaban en el templo de Jerusalén.

La comprensión del texto que leemos hoy nos empuja a tener en cuenta algunas consideraciones. "El gran sacerdote entra una vez al año en el santuario" (v. 25). Esta indicación es una referencia clara al Día de la Expiación (Ex 30,10; Lv 16), el día que el gran sacerdote entraba en el santuario para comparecer ante la presencia de Dios, se ofrecía un novillo como sacrificio por el pecado y, una vez degollado, se expulsaba un chivo hacia el desierto que se llevaba las culpas de los hijos de Israel. El autor de la carta a los Hebreos compara la muerte de Jesús con el ritual que el gran sacerdote oficiaba el día de la Expiación, pero establece evidentemente las diferencias. El gran sacerdote entraba en un santuario terrenal hecho por mano de hombres, Jesús entra en el cielos, santuario perfecto y perenne; el sumo sacerdote debía entrar cada año en el santuario y cada año se debían repetir los mismos sacrificios, Jesús lo ha hecho una sola vez; las víctimas eran animales, Jesús se ofrece a sí mismo como víctima y el valor de su sangre es incomparable respecto al valor de la sangre de los animales. El autor de Hebreos pretende enseñar que el valor de la acción del sumo sacerdote, por lo que afecta al rol de mediador entre Dios y el pueblo e interceder por el perdón de los pecados, ha quedado desmesuradamente superado por la muerte de Jesús que tiene un valor total, absoluto y definitivo con respecto a la abolición del pecado y el acceso a Dios de toda la humanidad.

El texto insiste una y otra vez en el carácter irrepetible de la muerte de Jesús. Se vale del principio de que toda persona humana sólo muere una vez. Jesús comparte la condición humana, ha dicho el autor (2,14), por lo tanto sólo puede morir una vez. Y sigue exponiendo el contrasentido que representaría un continuo de encarnaciones de Jesús, en las que fuera muriendo una y otra vez desde que el mundo comenzó. El carácter irrepetible de la muerte de Jesús es que se ha producido al final de los tiempos (como quien dice, ya no queda tiempo para que se vayan repitiendo otras muertes). Las etapas de la acción salvífica de Dios las encontramos ya al inicio de la carta: "en estos días definitivos ha hablado en la persona del Hijo" (1,2). Y puestos a jugar con las etapas, en Jesús el autor de Hebreos distingue dos: una etapa como hombre, compartida con todos los hombres y mujeres del mundo donde se produce su muerte y una segunda etapa en la que vendrá por salvarnos. El Antiguo Testamento contempla la venida majestuosa y poderosa del mesías como juez y gobernador, en cambio el Nuevo Testamento muestra que vendrá dos veces: una como sirviente del Señor sufriente donde tiene lugar su muerte y resurrección y una segunda, tal como preveía el Antiguo Testamento, como Señor salvador universal. El autor de Hebreos sigue el trazo del Nuevo Testamento y mantiene las dos venidas. La segunda se puede comparar con la comparecencia del gran sacerdote que, después de haber realizado los sacrificios pertinentes, el día de la Expiación comparecía ante todo el pueblo. Así Jesús, al final del tiempo, comparecerá ante su pueblo a fin de llevar a cabo la liberación definitiva; la consolidación definitiva de la salvación; el acercamiento a la presencia vivificadora de Dios.

Domingo 32 durante el año. 8 de Noviembre de 2015.

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