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Un nuevo fragmento de la carta a los Hebreos (4,14-16) leemos en la segunda lectura de este domingo. En él, una vez más, se habla de la acción salvadora de Jesús. En el versículo de conclusión el autor invita a acercarse confiadamente al trono de la gracia (v16). Esta expresión puede resultar incómoda a los lectores de nuestros días, pero estudiada en detenimiento puede resultar iluminadora para la comprensión del pasaje que leemos hoy.

Detrás del término trono se esconde una imagen antropomórfica de Dios, según la cual Dios es visto como un gran soberano, rodeado de su corte, poderoso e inaccesible. De hecho, la imagen se apoya en expresiones presentes en el Antiguo Testamento y que presuponen la misma visión antropomórfica. "El Señor mantiene firme su trono en el cielo" (Sal 103,19 y semejante 11,4); "A ti que tienes tu trono en el cielo alzo mis ojos" (Sal 123,1). Expresión muy útil para imaginarse a los que iban al trono del gran señor a pedir favores, pero no tenían el acceso fácil, necesitaban un mediador.

Este es el papel que la carta a los Hebreos otorga a Jesús. La carta - y el texto de hoy lo muestra - compara Jesús con el sumo sacerdote (v.14) que oficiaba en el templo de Jerusalén. Jesús es a la vez sacerdote y víctima que se ofrece él mismo en su muerte entendida ésta como un sacrificio. Pero el gran sacerdote era también - y este es el aspecto que hoy nos interesa- un mediador entre el pueblo y la presencia de Dios, simbolizada por el lugar santísimo del templo de Jerusalén. El gran sacerdote, el día de la expiación, entraba en él e intercedía por el pueblo, sobre todo por lo que atañe al perdón de los pecados.

El nombre de Jesús y el de Josué tienen en común la raíz. ¿A qué viene recordar esto ?. El hacer de Jesús y el hacer de Josué tienen una semejanza. Josué traspasando el Jordán hizo entrar al pueblo de Israel a la tierra prometida. Jesús, al entrar en los cielos, introduce en la presencia de Dios la humanidad salvada. A esta semejanza se le y añade otra: la del gran sacerdote que traspasando el umbral del santuario entra en el lugar santísimo, el corazón de la tierra prometida, el lugar donde Dios ha escogido para habitar en ella (Dt 12,5- 11), el lugar donde está garantizada la presencia de Dios en medio de su pueblo (Ez 43,4). Una experiencia común que tiene que ver con la de Israel cruzando el desierto y entrando a la tierra prometida.

A los grandes reyes sentados en los tronos no puede acercarse quien quiere, es necesaria la mediación de los introductores de palacio, los ministros o personajes de la corte, cercanos al rey. Al Dios inaccesible, sentado en su trono, nos acerca el mediador Jesús. Pero no es un mediador cualquiera porque, una vez en los cielos ocupa también un trono al lado del trono mismo de Dios (8,1), convirtiéndose así en el mejor de los intermediarios, el que está en la posición más cercana a Dios y, en consecuencia, la capacidad de interceder no puede ser superada por nadie.

Sentados en sus tronos, los reyes escuchan súplicas (Sal 123,1) y otorgan privilegios y conceden favores. El don de Dios que nos consigue Jesús no es el de la tierra prometida y supera el beneficio del perdón del día de la expiación. El don que consigue Jesús es la gracia (por eso la carta habla del trono de la gracia). Juan en el evangelio dirá: "de su plenitud hemos recibido gracia sobre gracia" (1,16) y Pablo en la carta a los Romanos aclara que la gracia es el don que viene por un solo hombre, Jesucristo y que la gracia, en definitiva, es el don que lleva a la vida (5,15 y 21) .Que mejor don no habrá que el don de la vida?

Domingo 29 durante el año. 18 de Octubre 2015

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