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En la primera lectura de este domingo leemos los últimos versículos del capítulo 17 del libro del profeta Ezequiel (Ez 17, 22-24). El profeta es consciente de que está viviendo el final de un periodo de la historia de Israel, un tiempo que se cierra y que nunca más volverá. Israel ha caído en la idolatría, por eso Dios lo ha castigado con el exilio, pero Israel volverá a vivir, a pesar de que en su futuro todo será diferente.

Los versículos de la lectura de hoy presentan el resurgimiento de Israel, pero antes el profeta ha hecho un repaso de los hechos más recientes de la historia de Israel y lo hace con un lenguaje simbólico y un tanto enigmático. Una gran águila toma de la punta de un cedro su rama más alta y se la lleva a una ciudad de mercaderes (17, 3-4). Es una referencia a la deportación del rey Jeconías a Babilonia el año 597 aC. Después el águila toma una semilla del país de Israel y la planta en una tierra de cultivo; bajo el águila la semilla prospera (vv. 5-6). Ello se refiere a la situación del rey Sedequías, impuesto por los babilonios y que, mientras se mantuvo sometido a Babilonia, le fueron bien las cosas. Pero Sedequías se rebeló y confió en la ayuda de Egipto para desembarazarse de Babilonia. Egipto es otra águila hacia la que la semilla convertida ya en un cepo gira hacia ella sus sarmientos (v. 7). Esta estrategia política fue nefasta y terminó con la segunda deportación y la destrucción del templo y el asedio de Jerusalén.

Con lo dicho estamos en condiciones de adentrarnos en el texto de la lectura que nos ocupa. A semejanza del águila, que representa Babilonia, también Dios arrancará un retoño tierno y lo plantará en la cima de una gran montaña, dará fruto y llegará a ser un cedro majestuoso. El retoño es el pequeño Israel que, habiendo perdido toda esperanza por la opresión de las naciones extranjeras, se convierte en refugio y salvación de todas las naciones del mundo, simbolizadas por los pájaros que vivirán a la sombra de sus ramas.

El profeta se vale del simbolismo del árbol. Por la solidez de su arraigo, que da estabilidad, por la grandeza del tronco, por su larga duración del árbol, entre otras cosas, es símbolo del crecimiento de una familia, de una ciudad, de un pueblo, de una nación o del poder de un rey. El mismo Ezequiel compara el faraón de Egipto a un ciprés o un cedro de bello ramaje (31,3). La prosperidad de la nación de Israel, conseguida por el beneficio de Dios, es comparada al árbol que da fruto y cobija a todos los pájaros. También los árboles de los bosques son las naciones de la tierra, las que antes habían oprimido Israel, ahora sabrán que el Señor actúa a favor de su pueblo.

No puede pasar por alto la expresión con que termina la lectura: "Yo, el Señor, soy el que lo ha dicho y el que lo hace". Debe ponerse en relación con lo que se dice en Ez 12, 22:24: "¿Qué significa este dicho que corre por la tierra de Israel: Los días pasan y no se cumple ninguna visión?" "Yo, el Señor, hablo y la palabra que digo se cumple sin esperar más ". El profeta se enfrenta a las críticas de quienes ponen en duda que la palabra anunciada por el profeta llegue a su cumplimiento. Dios cumple lo que promete y Ezequiel lo recuerda aquí a los exiliados de Babilonia en un contexto en que toda esperanza parece perdida.

Además de eso, las palabras de Ezequiel son una gran proclama de la soberanía de Dios, que se contrapone a la de Nabucodonosor, rey de Babilonia. Nadie puede menospreciar Israel por más que éste haya sido infiel. Si Nabucodonosor quiere hacer un Israel a su medida, Dios desbaratará sus planes, como quien abate un árbol altivo. Será Dios quien toma la iniciativa de restaurar Israel con una hazaña que será la admiración de toda la creación, manifestando inequívocamente su soberanía capaz de hacer surgir la vida en las situaciones donde parece que ello es del todo imposible.

Domingo 11º durante el año. 14 de Junio ​​de 2015

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