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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Las autobiografías son documentos de interés excepcional para conocer a alguien. Los diarios personales escritos por Katherine Mansfield y por Etty Illesum, por citar un par de ejemplos, permiten adentrarse en su mundo interior verdaderamente apasionante. Teresa de Jesús, en su Libro de la Vida, proporciona claves para interpretar su proceso humano y espiritual, que alcanzó unas cotas excepcionales en el campo de la mística.
En un pasaje de su libro, afirma sobre una actitud o un comportamiento que “jamás se ha de dejar” (13,15). ¿De qué se trata? ¿Qué puede ser tan importante para que no se pueda prescindir de ello jamás, en ninguna circunstancia? La respuesta es nítida y se relaciona con el camino de la oración. Se refiere al “conocimiento propio”. Lo considera como “el pan con que todos los manjares de han de comer, por delicados que sean”. Acceder a este conocimiento propio no es tarea fácil. Existen muchos falsos caminos que prometen llegar a metas magníficas, pero que pueden despistar a los más avispados. El narcisismo que contempla solo el propio ombligo y se constituye a sí mismo en centro del universo nada tiene que ver con el conocimiento propio. Entrar dentro de sí implica saber salir de sí. En caso contrario, uno queda prisionero de sus propias tendencias, atrapado en el espejo de su propia contemplación. El conocimiento propio posee unas exigencias elevadas: amor a la verdad, aunque se destruya la imagen idealizada de sí mismo; evitación del engaño, que causa tantos estragos; humildad para aceptar la realidad como punto de partida; discernimiento para distinguir los deseos de omnipotencia infantil con la voluntad de mejora personal; autoestima que se abre con agradecimiento a los dones recibidos sin necesidad de establecer comparaciones con los demás; ausencia de complejos, que distorsionan la verdad de sí mismo y dificultan las relaciones sociales…
Este camino del conocimiento propio, en un momento u otro, se recorre con la ayuda de un maestro o de una maestra. Mucha gente busca quien le introduzca en esta vía. No siempre es fácil encontrar la persona adecuada, porque le falta experiencia, porque no ha recorrido por sí mismo las sendas del trabajo personal, porque ata a las personas dirigidas en vez de impulsarlas hacia horizontes de amor y de libertad…
Existen dos riesgos: reducir la vida a conocimiento propio sin abocar a la transformación personal en clave amorosa y menospreciar el conocimiento propio como un obstáculo para una vida más plena. Teresa de Jesús, la santa mística, evita los dos riesgos. Sabe lo que quiere, tal como recuerda en otro de sus libros: “Tengo por mayor merced del Señor un día de propio y humilde conocimiento, aunque nos haya costado muchas afliciones y trabajos, que muchos de oración”. Realismo y mística, sin fracturas.
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