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El mensaje del Evangelio es de una actualidad impresionante, y la vocación de los cristianos es clarísima y, sin duda, se reduce al amor incondicional hacia Dios, amor que sólo tiene una forma de concretarse y es en el otro.

Podemos dejar que las palabras de la liturgia nos desinstalen y nos movilicen hacia este único necesario: el amor hecho servicio, entrega. San Pablo nos reclama que vayamos por la vida según la vocación a la que nos convoca la fe, que vivamos con humildad, que seamos compasivos y amables y que nos ayudemos mutuamente.
Y esto, ¿qué quiere decir? ¿Cómo se hace? Miremos a Jesús, que con sus gestos nos dice qué y cómo: levantó los ojos, y no es que viera a Dios. Nos dice el Evangelio que vio una multitud de gente, y
se dio cuenta de que tenían hambre... que tenían que comer. Y a partir de aquí, no es que hiciera un milagro, simplemente se movilizó e hizo un signo: hizo que sus amigos se dieran cuenta de las necesidades más básicas de la gente, y que no permanecieran indiferentes.
Uno de los apóstoles propone compartir lo que tenían, pero ¡era tan poco! Pero para Jesús era suficiente. Sólo hace falta el deseo de compartir, y si sumamos este deseo y este esfuerzo habrá pan para todos, y nadie se quedará sin comer, no habrá hambre.
Y se produjo la multiplicación de los panes y los peces. Nada de comidas exquisitas y cosas superfluas: un ágape fraterno, y una escena deliciosa.
Hoy no podemos cerrar los ojos, si los levantamos, y nos disponemos a compartir, también el pan se multiplicará, y entre nosotros, nadie pasará hambre.
Dejémonos interpelar por el evangelio, levantemos los ojos, dispongamos el corazón y vivamos según nuestra vocación. Si no compartimos, si no ejercemos compasión, si no nos ayudamos mutuamente, estaremos traicionando nuestra vocación y no podremos decir que somos cristianos. El cristiano que no sirve, que no comparte, que permanece indiferente, es un traidor. Quien levanta los ojos, dispone el corazón y se hace servidor de los demás, éste es quien hace milagros, mayores que los que hizo el propio Cristo.
Es la hora de los gestos, del compromiso y de la fe vivida: las buenas palabras, las piedades vacías y los cuellos doblegados con golpes de pecho, no tienen ningún sentido: los hechos son los que avalan la verdad de la vocación a la que estamos convocados y la fe que nos moviliza.
Esta semana, tú también puedes hacer el mismo gesto de Jesús, si levantas los ojos y te dispones a compartir con los demás: seguro que muchos podrán comer.

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