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Comentario a la 2.ª lectura del 3.º domingo de Pascua. B.

En Asia menor, en Éfeso en torno al discípulo que Jesús amaba se fue gestando una comunidad que vivía inspirada en el cuarto evangelio. Esta comunidad, y seguramente más de una, originó el que podríamos decir la escuela juanica productora del evangelio, las tres cartas de Juan y el Apocalipsis. En estos escritos se observa un mismo lenguaje y un pensamiento original que irá creciendo y profundizando en el conocimiento de la identidad de Jesús.

El crecimiento de las comunidades en cantidad y en número de componentes hizo que dentro de ellas aparecieran diferentes interpretaciones del evangelio. Los lectores a quienes se dirige la carta parece ser están amenazados por unos falsos maestros que se presentan con sus doctrinas y pretenden atraerlos hacia ellas,

A lo largo de la carta se puede ir descubriendo la identidad de estos falsos maestros, Han surgido en virtud de una escisión dentro del grupo mismo (2,19). Son muy activos esparciendo su doctrina y tienen éxito (2,26), el mundo se los escucha (4,5). Son los “Anticristo” que tienen que aparecer cuando llegue la última hora (2,18). Esta gente han interpretado exageradamente el evangelio de Juan. Son muy próximos a la herejía gnóstica porque pretenden poseer un conocimiento divino (2,9), dicen estar en la luz (2,9) y en el amor de Dios (4,20). Afirman no tener pecado, para ellos el pecado no existe (3,4-6) y están por sobre los mandamientos.

La primera carta de Joan pretende de desenmascarar estos falsos maestros que rondan por la comunidad y proteger de sus influencias a los que se mantienen fieles. El texto que leemos hoy en la segunda lectura (1Jn 2,1-5a) pretende desmontar las tesis de los falsos maestros en cuanto al pecado. Los falsos maestros se han separado de la comunidad, pero todavía representan un peligro para los miembros que restan fieles que podrían ser persuadidos de escuchar y aceptar lo que dicen los falsos maestros.

Los falsos maestros viven en el convencimiento que Dios perdonará los pecados (1,9) y entonces ya se puede pecado sin freno porque los pecados no tendrán ninguna consecuencia y además serán perdonados. El tema ya lo trató el apóstol Pablo en su carta a los romanos. Allí el apóstol afirma que la gracia salvadora viene por Jesucristo. Ante la posibilidad que alguien pensara: si nos salva la gracia ya podemos pecar tanto como queramos, es más si la gracia contrarresta el pecado, cuanto más pecado más gracia: “Tenemos que continuar en el pecado para que abunde la gracia? De ninguna forma” Pablo se opone enérgicamente a este planteamiento (Rm 6,1s).

El autor de la carta afirma que el pecado está: “Si afirmáramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos, y la verdad no estaría en nosotros. ... Si afirmáramos que no hemos pecado, tendríamos a Dios por mentiroso, y su palabra no estaría en nosotros”. El pecado es romper la comunión con Dios y andar en la oscuridad (1,5s). Pero en el caso de caer en el pecado, “tenemos cerca del Padre un defensor, Jesucristo, que es justo. Él es la víctima que expía nuestros pecados, y no tan solo los nuestros, sino los del mundo entero” (2,1).

Los falsos maestros presumían de tener un conocimiento de Dios que los eximía de cualquier responsabilidad ética, sobre todo en cuanto a la ayuda y el amor al otros; “no es de Dios quien no ama a su hermano” (3,10). Guardar los mandamientos está puesto en paralelo a guardar la palabra de Jesús. Esta palabra es la que está consignada en el evangelio de Juan. Guardar los mandamientos es guardar la enseñanza, la palabra de Jesús contenida en el evangelio y es en este donde encontramos expresado el gran mandamiento (en singular) de Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os ameis los unos a los otros tal como yo os he amado. Así, pues, amaos los unos a los otros. Todo el mundo conocerá que sois discípulos míos por el amor que os tendréis entre vosotros” (Jn13,34).

Domingo 3.º de Pascua. 14 de Abril de 2024

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