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Comentario en la segunda lectura del 4º domingo de Pascua.

De la Primera carta de Pedro que vamos siguiendo en la segunda lectura de estos domingos de Pascua leemos hoy un pequeño fragmento del segundo capítulo (1Pe 2,20b-25) y el tema dominante escogido por la lectura litúrgica es el sufrimiento.

Las palabras de Pedro van dirigidas a los esclavos (2,18) pero la lectura litúrgica comienza en la segunda parte del versículo 20, omitiendo la referencia a los destinatarios de las palabras: los esclavos; de esta forma nuestro texto se convierte en una reflexión sobre el sufrimiento.

La realidad del sufrimiento ha preocupado a hombres y mujeres de todo el mundo y de todo tiempo y siempre ha existido la necesidad de encontrar una explicación. La Escritura, tanto judía como cristiana, no ha estado al margen de estos afanes de explicación. Ya en sus comienzos la Escritura afirma que el sufrimiento es la consecuencia de la transgresión del hombre y la mujer en el Paraíso. Las desgracias que les vendrán encima son el resultado de la transgresión (Gn 3,16-19). El libro del Deuteronomio describe detalladamente las desgracias que caerán sobre quienes no cumplan los mandamientos (Dt 28,15-68). “Mira, pues, de poner en práctica todos los mandamientos de esta Ley, ... de lo contrario serán muy grandes las plagas con las que el Señor te va a mandar a ti ya tus descendientes: plagas grandes y persistentes, y enfermedades persistentes y malignas (Dt 28,58s). El grito de Job será un grito rebelde contra esa doctrina tradicional. Al autor de los salmos se le hace difícil comprender la felicidad de los injustos y la desventura de los justos (Sal 73). Ante el hecho de que los injustos se lo pasan muy bien en este mundo y que los justos sufran escarnio, acoso e incluso la muerte, la apocalíptica desplazará el castigo o el premio en otra vida.

La persistente realidad del sufrimiento obliga a una reflexión que abra nuevos caminos. Por eso profetas y sabios descubren su valor. El sufrimiento tiene un valor purificador: “Nos has probado a Dios nuestro; como la plata nos depurabas al fuego” (Sal 66,10; Jr 9,6); éste es el sentido que encontramos en la misma primera carta de Pedro: “Porque si el oro, que se estropea, es probado al fuego, vuestra fe, más preciosa que el oro, también debe ser probada, y así se hará merecedora de alabanza, gloria y honor el día en que Jesucristo se revelará” (1,7). También al sufrimiento se le ha dado un valor educativo: “Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te canses de su reprensión: el Señor corrige a los que ama, como un padre hace con el hijo preferido” (Pr 3, 11s; Ma 8,2-5).

Gran parte del texto que nos ocupa es un eco del último canto del Siervo del Señor que se encuentra en el libro del Segundo Isaías (Is 52,13-53,12). Este canto está construido con un lenguaje provocadoramente impactante. Intenta que el lector considere que el Siervo es llevado a los límites extenuantes del sufrimiento tanto por lo que hace falta al sufrimiento físico como al sufrimiento moral de tener que soportar el insulto, la burla y la soledad. Parece que no se puede ir más allá, que no pueda sufrir más de lo que sufre. La situación extrema da mucha más fuerza a la brecha de luz que supone el afirmar que el sufrimiento tiene un sentido en tanto que es expiatorio, afirmado repetidamente en el canto (vv. 4.5.6.8.10.11.12) y que puede resumir en “Hará justos a todos los demás, porque ha tomado sobre si mismo las culpas de ellos” (53,11).

Intentar encontrar una explicación al sufrimiento no significa justificarlo en el sentido de excusar a quienes oprimen. No puede pensarse que causando un sufrimiento se hace un bien porque se da la oportunidad de imitar a Jesús. El sufrimiento no hace falta ir a buscarlo y cuando viene envuelto de unas circunstancias de aparición incomprensible es cuando es necesaria una reflexión que ayude a vivirlo con sentido.

El texto que comentamos tiene la particularidad de que es de las pocas veces que el término “episcopos” aparece en el Nuevo Testamento. Quiere decir obispo, pero algunas veces se traduce por guardián. La singularidad es que en este caso no se refiere a un cargo dirigente de la comunidad tal y como el término designará en la posteridad. A semejanza de Ignacio obispo de Siria que en la carta a los Romanos dice: “Acordaros ... de la iglesia de Siria ... solo Jesucristo y vuestro amor le harán de obispo” (9,1), también Pedro invoca la protección y guía de Jesús por la comunidad a la que dirige la carta.

Domingo 4º de Pascua. 30 de Abril de 2023

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