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La palabra "Alegraos" con que comienza la segunda lectura, imprime a la liturgia del día un tono especial. Su versión latina "Gaudete" daba tradicionalmente nombre al tercer domingo de Adviento. El texto de la lectura se encuentra justo antes de la conclusión definitiva de la 1ª carta a los Tesalonicenses (5,16-21). Vemos en él una serie de recomendaciones de carácter muy general, aplicables quizás a otras situaciones de diversas comunidades de Pablo, pero que no dejan de ser adecuadas para expresar el aprecio entrañable de Pablo hacia los tesalonicenses, una comunidad fundada por su equipo misionero, siendo decisiva su personal intervención.
Las frases son breves y posiblemente es esa brevedad que las hace impactantes y capaces de penetrar en el interior de cada persona. No se puede descartar una referencia a las celebraciones eucarísticas. De hecho "dar gracias" es el verbo del que proviene la palabra eucaristía, que literalmente significa acción de gracias. ¿Qué no es sino un momento para estar contentos y un espacio para la oración el encuentro entre hermanos donde, con el gesto de comer el pan y beber el vino, hacemos presente y recordamos a Jesús y que tan desacertadamente llamamos misa ?.
Dos recomendaciones atraen la atención: "No sofocar el Espíritu" (v.19) y "no despreciéis los dones de profecía" (v.20). Espíritu y profecía, dos temas que Pablo tratará más adelante en sus escritos. En este texto da la impresión de estar separados, pero, de hecho, están unidos el uno al otro ya que la palabra profética es una de las manifestaciones del Espíritu. (1 Co 12,10).
El Espíritu actúa en la persona porque es el que hace ser de Cristo, libera de vivir según los deseos terrenales y da la vida más allá de la muerte (Rm 8). La persona que siente el impulso del Espíritu forma parte de la comunidad, por eso el Espíritu actúa en la comunidad tal como lo explicará Pablo en el capítulo 12 de la 1ª carta a los Corintios. El Espíritu es el que garantiza la unidad y se manifiesta en una pluralidad de servicios, uno de ellos, tal como hemos dicho, el don de profecía, ejercidos siempre en beneficio de la comunidad.
La profecía en tiempos de Pablo tenía mejor prensa que en los tiempos actuales en que los poderes han creado mecanismos sutiles, pero eficaces para silenciar los mensajes proféticos no siempre provenientes de las tradiciones religiosas.
Las comunidades estaban dirigidas por equipos formados por apóstoles, profetas y maestros (1 Co 12,28). Los profetas ocupan, después de los apóstoles, un lugar relevante. Esta organización perderá fuerza cuando, posteriormente, se impondrá la dirección de un magisterio doctrinal en detrimento de la teología y la profecía. La voz del profeta es escuchada dentro de la comunidad. Su palabra edifica, exhorta y anima (1 Co 14,3). Habrá sólo velar a fin de que no haya desviaciones y excesos (1 Co 14,32).
El aprecio por la profecía arraiga en la sintonía con la predicación de Jesús. A menudo en los evangelios Jesús es considerado un profeta. Su predicación coincide más con el mensaje social de los profetas y el espíritu profético del Deuteronomio (Dt 15) que no con las partes de la Torá más dedicadas al ordenamiento cultual y las prescripciones legalistas. Entusiasmados por la predicación de Jesús, no es de extrañar que las comunidades de Pablo otorgaran un gran rol en la profecía.

Domingo de Adviento. 14 de Diciembre de 2014

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